Están en proceso de constituirse como asociación bajo el nombre de Black Power y se definen como un pétalo de la Flor de África, la Asociación de Mujeres Africanas de Navarra. De esta organización, fundada por un grupo de madres hace casi 15 años en Pamplona (Navarra), ha nacido un nuevo espacio común para las migrantes de origen africano de la mano de las hijas de esas mujeres. Black Power lo conforman un grupo de jóvenes afrodescendientes de entre 13 y 22 años que se están formando para hacer frente al racismo y a otras injusticias sociales. Entre los dos grupos suman un centenar de participantes de 16 nacionalidades. Entre las “hermanas mayores” de Black Power está Alice Addo (Ghana, 20 años), estudiante de Trabajo Social en la Universidad Pública de Navarra (UPNA). Recuerda que, de pequeñas, ella y sus amigas acompañaban a sus madres a las reuniones y que, poco a poco, empezaron también a buscar referentes porque no tenían en el colegio. “Ni con los filósofos, ni con los autores, ni con nada”, dice Addo. Esa falta de modelos provocó que no se sintieran identificadas con su cultura materna ni con su cultura española.
La activista Fátima Djara de Almeida (Bissau, 56 años), secretaria de Flor de África y coordinadora de proyectos del área de Mutilación Genital Femenina de Médicos del Mundo, recuerda que empezaron a trabajar en la construcción de identidad hace mucho tiempo. “Cuando tú les decías ‘eres negra’, ellas te respondían: ‘No, yo soy marrón”, cuenta. Ahora, han dado un paso más y se han aliado con Médicos del Mundo Navarra en el proyecto denominado #PiztuPower, financiado por Fundación Caja Navarra y Fundación LaCaixa.
Esta iniciativa, de tres años de duración, ha comenzado ya con “una formación en antirracismo y derechos sexuales y reproductivos con SOS Navarra”, cuenta Jaione Eugui (Pamplona, 39 años), técnica de Comunicación de Médicos Mundi. “En una segunda etapa, vamos a trabajar la comunicación y activismo político, y tenemos también unas actividades previstas con la Red Antirrumores Zaska”, asegura. Durante el tercer año, van a apoyarlas en la constitución de su asociación para que puedan consolidarse como un espacio de apoyo y referencia para otras jóvenes afrodescendientes.
Es un proyecto de empoderamiento, sí, y sobre todo de búsqueda de su identidad en un contexto complejo en el que se entremezcla que son mujeres, negras, jóvenes y migrantes. “Ser una chica afrodescendiente en esta sociedad es complicado porque a veces es difícil aceptarse a uno mismo”, reconoce la presidenta de Black Power, Kamisa Magassa (Mali, 21 años). Esta estudiante de Enfermería en la UPNA añade: “Muchas veces solo somos una o dos personas negras en una clase de personas blancas. Y a veces tú no te sientes negra hasta que no te lo señalan. Es en ese choque de realidad de ‘soy diferente de alguna manera’ donde hay un punto de disociación porque quieres rechazar esa diferencia”.
Un rechazo, que según Alice Addo, viene porque, en el colegio, llevan viendo toda su vida cómo tratan a las personas como ellas. “Ven a esas personas como pobres, sin comida. No te sientes identificada y no aceptas ser como ellos”. “Estaban en clase y veían documentales con niños negros, con moscas o con mocos y nos contaban: ‘No entendemos por qué nos dicen que África es pobre, que no tenemos comida, que no tenemos nada, pero nos vamos de vacaciones allí y nunca nos quedamos con hambre”, recuerda Djara.
Junto con Djara trabaja Farmata Watt, Abi, (Senegal, 38 años), miembro de Médicos del Mundo Navarra y de Flor de África. Critica que se asocie África con pobreza, hambruna o conflicto. “¿Cómo se va a sentir una niña o un niño si en el colegio todo lo que se habla del continente de sus padres es negativo? No se va a sentir orgullosa. África no es un país, es un continente de 54 países. No lo podemos reducir a la nada”, reivindica.
Más allá de la reafirmación de su identidad, tienen otros retos. Entre ellos, lograr que los hombres afrodescendientes se sumen a Black Power. Uno de los objetivos, explica la presidenta, es que sea una asociación juvenil, y que haya tanto chicos como chicas. “Nos gustaría que fueran ellos quienes hablaran de su perspectiva. No queremos exponer nosotras cuál es porque igual no tiene nada que ver con la nuestra”, asegura. Es importante esta cuestión, subraya, porque cada afrodescendiente tiene una historia diferente. Lo ve entre quienes conforman Black Power: hay quienes han nacido en España, quienes vinieron siendo muy pequeñas y quienes llegaron ya como adolescentes.
Y sus realidades varían: “En el acceso a un puesto de trabajo nosotras partimos de que ya estamos en el sistema educativo, tenemos una formación, entonces igual no lo notamos [discriminación]. En una llamada telefónica es difícil que puedas distinguirme entre una persona negra que llega de fuera y una española. Igual otra persona joven que haya llegado hace poco tiempo, pues sí que lo percibe antes. Entonces, sí, somos la voz de la juventud, pero ¿hasta qué punto yo vivo esa realidad como para poder contarla? Están ellos para hablar. Lo mismo con nuestros padres”.
Es destacable la defensa que hacen de la necesidad de que cada quien hable por sí mismo, que nadie le usurpe la voz a otra persona. Es una batalla iniciada por sus madres. “Yo llegué a Pamplona en 2004. Entonces era muy complicado ser mujer negra y migrante porque no se nos conocía. Éramos invisibles. Venían otras mujeres y hombres blancos a contar nuestra historia. Por eso creamos Flor de África, para ser nosotras mismas las que contáramos nuestro proceso migratorio”, cuenta Abi. Un fin que no fue fácil de lograr, rememora Djara. “Estuve como ponente en un congreso en Bilbao. Éramos dos. Una ginecóloga [blanca] a la que presentaron como experta en mujeres africanas y en mutilación genital femenina. Y yo, que me llamo Fátima Djara y que la he vivido, no era experta, era mediadora. ¿Por qué? Eso no es normal. ¿Puedo ser yo experta en mujeres navarras porque llevo 20 años aquí? No. Entonces a veces te sientes mal en ese tipo de espacios porque menosprecian tu valor”.
Desde hace dos décadas, la situación ha cambiado, reconocen. Abi y Djara empezaron formando a otras migrantes en la prevención de todo tipo de violencia contra las mujeres, incluyendo la mutilación genital femenina o los matrimonios forzosos. Además, fomentaron que las familias africanas educaran a sus hijos e hijas desde una perspectiva más igualitaria. De aquellas mimbres, estos cestos.
Ahora difunden su mensaje junto con sus hijas y otras jóvenes afrodescendientes. Han logrado algunos avances, como participar en espacios gubernamentales y sociales. “En Navarra, hoy en día, si quieren hablar de África no llaman a una experta, nos llaman a nosotras, porque para contar historias de África ya estamos los africanos aquí”, incide Djara. “Hay una diferencia de visión entre las madres que estábamos en 2008 y las de 2024, así que imagínate la diferencia con las niñas. La primera generación nos preocupamos por trabajar para que nuestros hijos pudieran estudiar. Ahora, ellas ya están en la universidad y lo pueden contar”, defiende.
Fuente EL PAIS