Bajo un radiante sol, varias madres comparten animadas charlas en los Jardines de Viveros (Valencia), donde se han instalado estands informativos con motivo de la Semana Mundial de la Lactancia. A las que tienen bebés les delata ese baile distintivo de los primeros meses. Algunas se acercan con curiosidad a los mensajes que adornan folletos y chapas dispuestos en las mesas: “Infórmate y decide”, “Que no os separen”. Este escenario introduce La Voz de las Mujeres. Violencia Obstétrica y Activismo, un documental dirigido por Claudia Reig y producido por Álex Badía, de Barret Cooperativa, y financiado por El Instituto de las Mujeres. La cinta recorre las dos décadas de activismo de la asociación El Parto es Nuestro, un camino ligado a la historia de la violencia obstétrica en España y al esfuerzo del activismo de las mujeres por combatirla.
Para explicar la esencia de la ONG, Reig sostiene que era importante mostrar su trabajo en tiempo presente: “Hay matices que se transmiten mejor cuando los ves en acción: el clima que se crea en una reunión de mujeres apoyándose, la forma en que los grupos locales atienden a las embarazadas, a las madres con sus dudas…”. El documental cuenta cómo un grupo de mujeres que había pasado por partos violentados se organizó para apoyarse y para evitar que otras tuvieran que vivir lo mismo.
También habla del papel esencial que la asociación ha desempeñado en el debate obstétrico contemporáneo, destacando su rol en la visibilización de la situación del parto en España y su contribución a los cambios legales y sociales que hasta hoy se han venido produciendo. En 20 años, se han convertido en referentes internacionales, son interlocutoras con organismos oficiales y están cambiando la atención a los procesos sexuales y reproductivos de todas las mujeres, pese al reducido número de socias y limitado presupuesto. “No existe en España otra asociación que haya tenido tanto impacto en la Sanidad Pública”, asegura tajante la psiquiatra Ibone Olza, una de sus fundadoras.
Recuperar el parto
En los años setenta, el Colectivo de Boston —un grupo de mujeres activistas por la salud femenina de Estados Unidos—, publicaba Our Bodies, Ourselves, un libro que denunciaba el sesgo de género y los abusos médicos, y que se convirtió en uno de los textos fundamentales del feminismo. Su objetivo era empoderar a las mujeres, proporcionándoles información sobre sus cuerpos, y abogando por sus derechos sanitarios.
Aquello plantó una semilla porque, en 1985, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió la Declaración de Fortaleza, el primer documento que abogaba por enfoques desmedicalizados en el parto. Desde entonces, diversas organizaciones han manifestado la necesidad de mejorar una atención tradicionalmente enfocada desde un modelo mecanicista, centrado en la eficacia y el ahorro de tiempo, que ha llevado a una pérdida considerable de la autonomía de las mujeres y a un aumento de intervenciones sin beneficios significativos. En España, organizaciones como la Plataforma Pro derechos del Nacimiento, la Asociación Vía Láctea o la Associació Naixença empezaron a denunciar cómo dar a luz había dejado de ser algo fisiológico para convertirse en un proceso que “tenía que ser” intervenido, haciendo visible el impacto que tiene a nivel físico y emocional el modo en el que nacemos.
El Parto es Nuestro nacía en 2003 a partir de la lista de correo Apoyocesáreas, creada en 2001 por Olza y Meritxel Vila con el objetivo de compartir experiencias relacionadas con estas intervenciones obstétricas. El grupo creció rápidamente, convirtiéndose en un espacio donde las mujeres encontraban apoyo y comprensión cuando compartían sus vivencias, que tenían en común la violencia vivida en su transcurso. “En los inicios lo que hacíamos era contarnos nuestras historias porque estábamos muy heridas, muy dañadas, y contándolas sanábamos”, cuenta Olza en el documental.
Jael Arias estaba embarazada de su primer hijo cuando llegó a la asociación. Era 2015, y aunque había escuchado los relatos de parto de su madre y de sus amigas, sintió que habían naturalizado intervenciones que ella no acababa de entender como normales. Fue leyendo Un regalo para toda la vida, del pediatra Carlos González, que se topó con El Parto es Nuestro: “¡Qué sorpresa me llevé cuando empecé a leer sobre evidencia científica! Todo encajaba con mi parecer sobre las intervenciones”. Pese a estar informada, le hicieron una cesárea y la separaron de su hijo más de 10 horas (“sin motivo médico alguno”, asegura). Tras esta experiencia, que le dejó una huella psicológica profunda, Arias se sumió en la oscuridad durante año y medio. Cuando comenzó a remontar, encontró apoyo y fortaleza participando activamente en la asociación. Esta madre de dos hijos ve en el activismo una oportunidad para combatir la violencia obstétrica y crear un espacio que empodere a las mujeres durante el embarazo y el parto. Actualmente, lidera la agenda de la ONG y coordina, junto a María Reyero, el Grupo Local en León.
El negacionismo de la violencia obstétrica
No tener en cuenta el consentimiento informado, pasar por alto el plan de parto y las necesidades de la mujer, y llevar a cabo intervenciones desaconsejadas por la evidencia científica, como la episiotomía, la rotura de bolsa, la maniobra de Kristeller, la separación madre-bebé o las cesáreas innecesarias, son manifestaciones evidentes de violencia obstétrica. Sin embargo, también se da una violencia más sutil, como la desinformación, la actitud condescendiente y los silencios del personal médico, que igualmente afectan al bienestar y la autonomía de las mujeres.
Susana Fernández, presidenta de El Parto es Nuestro, cree que entre sus logros están el reconocimiento y la visibilización de que la atención al parto en España dista mucho de estar a un nivel óptimo. “Hemos denunciado prácticas obsoletas y desaconsejadas, brindado apoyo a mujeres con experiencias traumáticas y sacado a la luz problemáticas estructurales del sistema”. Además, desde la asociación han logrado que los testimonios de las madres se conviertan en indicadores cruciales de la calidad de la atención. Otro hito se dio en 2007, cuando participaron en la elaboración de la Estrategia de atención al parto normal en el Sistema Nacional de Salud (EAPN), estableciendo pautas consensuadas entre profesionales y usuarias y logrando que algunas malas prácticas clínicas fueran abandonadas. Pero hoy la Estrategia se encuentra estancada.
“Se observa una adaptación positiva en algunos centros, con protocolos basados en la evidencia científica y el impulso de casas de nacimiento lideradas por matronas”, cuenta Fernández. Sin embargo, según apunta, aunque las tasas de cesáreas y episiotomías han disminuido, las de inducciones y partos instrumentalizados siguen siendo altas. Además, insiste en que la negación de la violencia obstétrica por parte de muchos profesionales persiste, “añadiendo un daño adicional a las mujeres”. Para Badía y Reig, el negacionismo de la violencia obstétrica está cada vez más arrinconado. “Creo que la sociedad va asumiendo esta realidad y su dimensión y esto es fruto del trabajo de las activistas en todo el mundo”, señala Badía.
En un informe de 2019, Dubravka Šimonović, relatora especial sobre la violencia contra la mujer de la ONU, destacó la existencia de la violencia obstétrica en los servicios de salud reproductiva a nivel global. El documento representa un paso significativo al analizar las causas y consecuencias de este problema estructural. También la OMS, el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y la Societat Catalana de Ginecologia i Obstetrícia han reconocido su existencia y la necesidad de su erradicación. La reforma de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva, de 2022, fue una oportunidad para reconocerla, incluyendo el término, pero finalmente fue eliminado.
¿Cuándo será el parto realmente nuestro? Las mujeres lo recuperarán, según explica Fernández, cuando puedan decidir dónde y cómo parir, sea cual sea la opción, las necesidades o expectativas de cada una, cuando los protocolos sanitarios y la praxis profesional se organicen basándose en la evidencia científica; y cuando los profesionales cuenten con la formación, organización y directrices adecuadas para atender a todas las mujeres y sus bebés en un marco de respeto a sus derechos: “No creo que esto ocurra en un plazo cercano, pero sí creo que vamos avanzando muy positivamente para recuperar el poder de decisión sobre nuestros partos”.
El poder del activismo
Susana Fernández, presidenta de El Parto es Nuestro, se unió a la asociación en 2008, aunque ya había entrado en contacto con ella durante su primer embarazo en busca de información. Después del nacimiento de su hijo, empezó a asistir a las reuniones en Valencia y la experiencia la motivó a asociarse: “En la organización valoramos mucho cualquier tarea, ya que nuestro trabajo es voluntario y surge de maternidades recientes que exigen un esfuerzo adicional por parte de las socias”.
Edurne Estévez es madre de tres hijos, de 17,13 y 8 años. Llegó a la asociación en 2006, embarazada de la primera. En ese momento, Estevéz ya estaba investigando sobre el embarazo, el parto y la lactancia: “Me asocié en 2007 con la idea de participar de manera más activa”. En gran medida, reconoce que gracias a la asociación disfrutó de los partos que deseaba y satisfizo su deseo de participar en un cambio que considera necesario. Para esta madre, “el activismo es una manera de estar en el mundo” y no imagina una vida fuera de él. Actualmente, pertenece al equipo de junta de la asociación, y a la vez coordina junto con Mahewa Tens el Grupo Local de Vitoria. “Todas las socias participan a su manera, desde la que aporta su cuota anual, hasta las socias más activas. Hay muchas tareas visibles, pero también muchas invisibles, y todas son imprescindibles”, asegura Estévez.
Actualmente, El Parto es Nuestro sigue trabajando en campañas informativas. La próxima está centrada en exigir acompañamiento en cesáreas en todos los centros sanitarios. Aunque la pandemia afectó a los encuentros presenciales, se esfuerzan por recuperar estos espacios esenciales. “Jóvenes madres lideran el relevo generacional, destacando en el activismo en redes sociales y expandiendo la influencia de la organización más allá de las calles y los despachos”, explica Fernández.
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