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Tania Safura Adam reivindica la negritud española: “Durante muchos años me he sentido un error constante” | EL PAÍS Semanal

Hace 12 años, Tania Safura Adam (Maputo, Mozambique, 1979) se vio obligada a parar. Literalmente. Un embarazo triple de alto riesgo le impuso permanecer en cama durante meses. La inmovilidad de su cuerpo supuso un incentivo para poner en baile las neuronas. Melómana irreductible, esta investigadora, comisaria y promotora cultural afincada en Barcelona se preguntó qué música cautivaría a sus futuros trillizos. Y empezó a ahondar en sus raíces sonoras. Comenzando por la marrabenta que se bailaba en su casa natal y que la acompañó el día en que a su padre, empleado en una compañía aérea, lo destinaron a Lisboa cuando ella contaba solo seis años. Y, enseguida, en el resto de sonidos de África, silenciados por la cultura occidental en la que creció.

Aquel parón provocó un inmediato acelerón en su vida. Un ajuste de cuentas con su negritud, con la personal y con la colectiva. Primero montó Radio África, un podcast que pronto se transformaría en una plataforma de pensamiento crítico y difusión de las artes y las culturas negras, su particular laboratorio de experimentación y reflexión. Y después escribió Voces negras: una historia oral de las músicas populares africanas (Malpaso), un libro que le ocupó cinco años y que publicó la pasada primavera. “En cierto modo, la música siempre fue mi salvavidas, intuitivamente me ha dado mi lugar en el mundo. Porque yo durante muchos años me he sentido un error constante”, cuenta en una escapada a Madrid para clausurar con una conferencia performativa la exposición Un réquiem por la humanidad. Deshumanizaciones, poder y futurismos negros, que ha comisariado para La Casa Encendida.

Estos días, Safura Adam presenta en Manifesta, la bienal nómada de arte que esta edición ha tomado Barcelona y alrededores, Arxius Negres: fragmentos de una metrópoli anticolonial. Hasta el 24 de noviembre, puede visitarse gratuitamente en la antigua sede de la editorial Gustavo Gili esta muestra destinada a visibilizar la historia de las comunidades negras de la ciudad condal. En sus palabras, “reflexiona sobre cómo forjamos las memorias colectivas y hacemos circular el conocimiento cuando las poblaciones viven en los márgenes y no forman parte de la narración oficial de una ciudad o región, de su representación y, mucho menos, de su proyección”. Un viaje que se materializa entre documentos públicos y materiales anónimos con microhistorias, fotos vernáculas, grabaciones sonoras, televisivas y cinematográficas, vídeos caseros, álbumes, libros, discos, cómics o revistas.

Este archivo en construcción forma parte de un ambicioso proyecto de investigación pionero en nuestro país bautizado como España Negra: viaje hacia la negritud en el espacio tiempo, que Safura Adam está desarrollando gracias a la colaboración de distintas instituciones como el Museo Reina Sofía de Madrid, el CCCB de Barcelona, el IVAM de Valencia, el ARTIUM de Vitoria-Gasteiz y ENAR (European Network Against Racism). “España es un territorio virgen respecto a la negritud. Yo misma no he sido consciente de que estaba constituyendo un archivo hasta hace relativamente poco, cuando me di cuenta de que no me cabía en casa todo lo que venía recopilando desde hace años. No he tenido tiempo ni de catalogarlo, todo el proyecto se construye a través de retazos, muchas veces inconexos, desperdigados en el ámbito político, cultural y doméstico”. Su objetivo: componer una historiografía alternativa al relato unilateral que resulte lo más fiel posible a las vivencias de las diversas comunidades negras en la península desde los esclavizados del siglo XV hasta los afrodescendientes de hoy. “La negritud forma parte de la historia de España y de su cultura popular, y tenemos que plantear un debate crítico y exhaustivo ante una memoria colectiva e institucional amnésica, cuando no cómplice del capitalismo racial y de la herencia colonial”, razona. Desdibujar lo que el sociólogo, historiador y activista W. E. B. Du Bois denominó, hace más de un siglo, ‘la línea del color’.

Confiesa Safura Adam que su propio periplo vital se ha forjado a partir de la construcción de esa identidad en ausencia de referentes cercanos. Aterrizó en Madrid siendo aún niña, se quedó sola a los 18 años, cuando sus padres regresaron a su tierra pasada la guerra civil de Mozambique, y huyó a Barcelona a los 24 subida a su Twingo con un título de empresariales bajo el brazo, una carrera de modelo plagada de malas experiencias y cero idea de qué hacer con su vida. “Soy una buscavidas. Llegué a Barcelona y me puse a poner copas, pero al mismo tiempo seguía siendo una rata de biblioteca. Siempre fui de sobresalientes, de estudiarlo todo. Como mujer negra con ciertas inquietudes y un tipo determinado de cuerpo no respondía a los estereotipos. Viví mucho conflicto interno y externo. No he aceptado que fui una niña particular hasta cumplidos los 40 años”. Ahora que está preparando un poemario autobiográfico, si le dedicara uno a su relación con España, dice, se titularía El desencaje.

Llegó hasta el arte tras salir escaldada de sus colaboraciones con distintas ONGs de ayuda a países africanos en las que “importaba más si tenías un máster de cooperación al desarrollo que conocimiento del terreno. Para trabajar exigían un marco lógico que para mí era totalmente ilógico. Si no atiendes a las dimensiones culturales específicas de cada lugar, estás imponiendo un marco colonial”. En su imposibilidad de llegar a África, centró sus esfuerzos en atender a inmigrantes aquí. Casi sin saberlo, escuchando sus testimonios, haciendo gala de la tradición oral africana, puso la piedra fundacional de su actual archivo negro. Años después, trasladaría el poder de esa escucha al proyecto Microhistorias de la diáspora: experiencias encarnadas de la dispersión femenina, invitando a destacadas voces de académicas y artistas racializadas y emigradas a compartir su experiencia en La Virreina de Barcelona.

Hoy, sigue buscando vestigios culturales africanos locales frente al vacío de representación. Para ello ha tenido que aprender a traducir las dinámicas puestas en práctica por teóricos o pensadores negros de otros lugares, particularmente del mundo anglosajón. Y destaca voces como la del jamaicano Stuart Hall (“para mí es dios”), fundador en los años 50 de la influyente revista New Left Review y ejemplo para Safur Adam a la hora de conformar un archivo vivo de la diáspora. O al Black Audio Film Collective —entre sus miembros, John Akomfrah o Isaac Julien—, que con sus películas cuestionaban la hegemonía identitaria en los años del thatcherismo. Incluso a alguien que navega con soltura en la cultura masiva como Zadie Smith, que en sus libros ha puesto la lupa sobre los conflictos sociales vividos por la generación Windrush —bautizada así por el primer barco que los trajo de Jamaica a Londres para reconstruir la nación tras la Segunda Guerra Mundial, símbolo del comienzo de su sociedad multicultural, y que tras las promesas de bonanza acabó desamparada por el propio gobierno británico—. “Aquí, en cambio, no ha habido nada. Da la impresión de que en España vamos 30 años por detrás de Inglaterra. Cuanto más lees y absorbes de fuera, más consciente eres de la falta de modelos que nos ayuden a comprender la evolución y situación de la diáspora en España. Quien ha liderado el pensamiento africano en este país han sido los africanistas. Yo tengo un poema en el que digo ‘los africanistas quieren antes a África que a los africanos”.

Dar un nuevo significado a nuestra historia común pasa, según esta investigadora, por un compromiso colectivo y continuista. “Yo echo de menos una comunidad negra solidaria en España. La comunidad negra no existe, en todo caso existen comunidades negras”. Otorgar una materialidad a este archivo de lo silenciado es un primer paso, una invitación a imaginar otras formas más armónicas de porvenir y convivencia.

Fuente EL PAIS

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