El feminismo empezó a andar el día en que alguien alzó la voz contra la opresión que sufrían las mujeres. El movimiento por la igualdad, sin embargo, tardó en percatarse de que estaba ignorando a las mujeres negras y de clase obrera. En plena segunda ola del movimiento, entre 1960 y 1990, Gloria Jean Watkins (Hopkinsville, Kentucky, 1952-Berea, Kentucky, 2021) empezó a protestar. No fue la primera que señaló el triple sometimiento de una gran proporción de la población, pero sí fue quien, junto a Angela Davis, logró abrir el debate y se enfrentó al desdén de las mujeres blancas que lideraban entonces el feminismo. Se autobautizó bell hooks en homenaje a su bisabuela materna —una mujer contestataria, que manifestaba su opinión sin cortarse— y lo escribió en minúsculas para restarse importancia y de paso dársela a sus ideas. Fue ella quien allanó el camino hacia un feminismo “más inclusivo y útil”, dice por correo electrónico Mikki Kendall, una de las activistas de referencia en pensamiento negro en Estados Unidos, autora de Feminismo de barrio. Lo que olvida el feminismo blanco (Capitán Swing, 2022).
Era 1981 cuando hooks denunció que el feminismo se estaba olvidando de todas las mujeres más desfavorecidas en su rompedor libro ¿Acaso no soy yo una mujer?, y 1984 cuando le dio forma a una nueva teoría feminista que incluía a las mujeres como ella. Teoría feminista. De los márgenes al centro acaba de celebrar su 40 aniversario. La pensadora, que nació en un país que todavía contaba con leyes racistas y que se formó en colegios segregados, empieza el texto hablando de las vías de tren que partían su pueblo en dos. “Era un recordatorio diario de nuestra marginalidad”, escribe. “Al otro lado de las vías, las calles estaban pavimentadas, había tiendas en las que no podíamos entrar, restaurantes en los que no podíamos comer y personas a las que no podíamos mirar directamente a la cara”. El libro está redactado en un lenguaje comprensible para todos, pues quería que la entendieran las teleoperadoras con las que trabajaba cuando empezó a escribir (además de que lo suyo nunca fue la academia propiamente dicha).
Georgina Monge, politóloga y feminista catalana experta en el trabajo de la intelectual estadounidense, cree que hooks es la pionera de la teoría feminista interseccional. La interseccionalidad no llegó a nombrarse hasta que lo hizo en 1989 la abogada estadounidense Kimberlé Crenshaw, “pero hooks fue quien lo señaló”, señala Monge al teléfono. Lo que vino a expresar, continúa la politóloga, es que existen desigualdades múltiples que crean desigualdades concretas y que todos estamos cruzados por muchas de estas desigualdades. Esto, que ahora es evidente, en un principio no lo era.
Hija de un conserje al que no le gustaba que sus hijas le llevaran la contraria y de un ama de casa, hooks creció en un hogar patriarcal pero amoroso en un pueblo rural de Kentucky, la América profunda. Con cinco hermanos, fue una lectora voraz, además de una poeta en ciernes, y vio el poder liberador que representaba para ella llegar a la universidad. Gracias a una beca estudió Literatura en Stanford y fue por entonces cuando su malestar con La mística de la feminidad, de Betty Friedan, la empujó a escribir ¿Acaso no soy yo una mujer? (que no se publicó en español hasta 2020, por la editorial Consonni). Friedan, hija de inmigrantes judíos y formada como psicóloga, expresaba en su libro la discriminación sexista que mantenía sometidas a las amas de casa y mencionaba el poder liberador del trabajo para las mujeres. Por su parte, hooks, además de señalar que había vida más allá de los hogares privilegiados de la clase media occidental, subrayó lo que había visto que hacía el trabajo en las mujeres de su entorno: esclavizarlas.
Ella fue quien allanó el camino hacia un feminismo “más inclusivo y útil”, dice la pensadora negra Mikki Kendall
Tenía 19 años cuando empezó a escribir el ensayo y 29 cuando logró editarlo, tras recibir muchos noes. Para titularlo escogió el famoso discurso que pronunció en 1851 Sojourner Truth, líder abolicionista y primera mujer negra en ganar un juicio contra un hombre blanco (pudo recuperar a su hijo, que había sido vendido como esclavo al igual que ella misma años antes). hooks dedicó en el libro un capítulo a las terribles vivencias de las esclavas. En este señala cómo los estudiosos directamente ignoraron la repercusión de la opresión sexista y racista en la vida de estas mujeres. “Este desinterés y esta despreocupación los lleva a restar importancia de manera deliberada a su experiencia. (…) Es evidente que intensificaron y magnificaron su sufrimiento”, escribe hooks. Con su desembarco, afirma por correo electrónico Mikki Kendall, el feminismo se vio obligado a tener en cuenta no solo su racismo interno, sino también a mirar de frente “su complicidad (a través del silencio, el oportunismo y la eliminación) en la opresión de las mujeres marginadas”.
La intelectual fue muy prolífica y compareció decenas de veces en público con su característica voz aflautada. Escribió cerca de 40 libros. Tema que la inquietaba, tema sobre el que escribía. Abordó los beneficios de ser contestatario como su bisabuela y ella misma en Respondona (Paidós), el poder transformador de la educación (Enseñar a transgredir, de Capitán Swing), sobre una masculinidad feminista (El deseo de cambiar, de Bellaterra Edicions, donde sostiene que el movimiento igualitario necesita del apoyo de los hombres o se desdibujará). Y también abordó el (gran) tema del amor (Todo sobre el amor, Paidós), donde defiende la fuerza revolucionaria del sentimiento que se preocupa y cuida de los demás y que trasciende, afirma, al amor romántico. Además, se acercó al budismo —se describía como una cristiana budista— y escribió cuentos infantiles en los que hablaba de la belleza del pelo afro.
Fue una lectora voraz y vio el poder liberador de llegar a la universidad. Gracias a una beca pudo estudiar en Stanford
Los libros de hooks no se publicaron al español hasta 2017, cuando Traficantes de Sueños editó El feminismo es para todo el mundo, un reflejo del retraso en España del interés por el pensamiento sobre cuestiones de raza. “Todos reproducimos comportamientos racistas y clasistas”, dice Beatriz García, de Traficantes de Sueños, al explicar por qué eligieron editar el ensayo de hooks. “Y podemos cambiar la situación actuando en nuestra cotidianidad”.
En 2004, con 52 años, la pensadora decidió abandonar su vida cosmopolita y regresar a Kentucky. Se instaló a tres horas y media del pueblo donde nació, en Berea, una pequeña localidad de unos 15.000 habitantes, y dio clases en Berea College, la primera universidad privada que se hizo mixta y racialmente integrada en el sur de EE UU. “Crecí en las colinas de Kentucky”, dijo entonces. “Quería que estos estudiantes vieran que uno puede ser una persona cosmopolita de mundo y al mismo tiempo estar conectado positivamente con sus raíces locales”.
Cuando hooks falleció prematuramente (a causa de un fallo renal), en 2021, Judy Pryor-Ramirez, profesora de gestión y liderazgo en el centro Wagner de la Universidad de Nueva York, escribió un bonito texto sobre la activista. La profesora, que organizó mesas redondas sobre el pensamiento de hooks, recuerda el poder sanador de esas charlas, donde los asistentes compartían reflexiones y hacían sugerencias para seguir mejorando el feminismo. También rememora los paseos que ambas daban cogidas del brazo por Manhattan de camino a algún espacio donde hooks fuese a dar una charla. Y recoge una frase de la pensadora, que hablaba muchas veces en tercera persona sobre sí misma, al alabar el esfuerzo de alguien por ponerse al día en pensamiento crítico: “Esta persona ha leído sus bell hooks”.
Fuente EL PAIS