Haití ha vivido el año más sangriento de los últimos tiempos. Al menos 5.000 personas han muerto debido a la violencia de las pandillas, una cifra superior a la de 2023, cuando los homicidios ya se habían duplicado. Comunidades enteras han sido diezmadas por algunas de las masacres más violentas que nuestra nación haya visto. Hace apenas unos días, más de 180 personas fueron brutalmente asesinadas por el líder de una pandilla en la comuna marginal y empobrecida de Cité Soleil, en Puerto Príncipe, en uno de los peores asesinatos masivos de Haití en décadas.
Los horrores a los que se enfrentan las mujeres y las niñas son especialmente escalofriantes. Las violaciones y la violencia sexual son desenfrenadas, y los perpetradores actúan con casi total impunidad. Las mujeres son atacadas en sus casas, en las calles y en el transporte público. Entre enero y octubre, se denunciaron más de 5.400 casos de violencia de género, el 72% de ellos relacionados con la violencia sexual. Estas cifras, que ya son alarmantes, probablemente sean solo una mínima parte de la cifra real.
Y, sin embargo, el mundo mira hacia otro lado. La atención internacional que se detuvo brevemente sobre Haití ahora se está atenuando. La llamada “fatiga haitiana” se está instalando en los países y organismos internacionales. Los asesinatos en masa apenas aparecen en los titulares de las noticias. La ayuda disminuye, pese a que las crisis, como terremotos, desastres climáticos y violencia política, aumentan, y los gobiernos se lo piensan dos veces antes de comprometerse a hacer nuevas inversiones. Paralelamente, las esperanzas que se depositaron en la misión policial liderada por Kenia se están desvaneciendo a medida que la violencia continúa, sin control e implacable.
La semana pasada, 200 mujeres y niñas desplazadas realizaron una sentada para exigir la protección de sus derechos. Son la columna vertebral de Haití, pero no pueden hacerlo solas
Una guerra contra las mujeres y las niñas
El terror que se está infligiendo a las mujeres y las niñas en Haití exige que no miremos hacia otro lado. Cuando hablo con sobrevivientes, me cuentan historias desgarradoras sobre el abuso sexual al que se enfrentan y lo impotentes que se sienten para proteger a sus hijos e hijas. Las pandillas utilizan la violación como arma para aterrorizar a las comunidades. Las mujeres cuyos hogares han sido incendiados o saqueados se ven obligadas a vivir en campamentos de desplazados, donde se enfrentan a condiciones deplorables y a más violencia. Una madre de 18 años con la que hablé huyó de su vecindario en busca de seguridad en un campo de desplazados. En cambio, fue agredida de nuevo. Sus palabras me persiguen: “Lo que estoy pasando no es humano”.
Las supervivientes de la violencia y el abuso necesitan atención médica, casas seguras y apoyo psicológico. Pero los fondos para estas intervenciones críticas han caído peligrosamente. La ONU ha recaudado solo el 42% de los 674 millones de dólares (642 millones de euros) necesarios para la respuesta humanitaria de Haití este año, y solo un porcentaje se destina a proteger a las mujeres y las niñas. Esto es un fracaso moral.
A menudo se oye describir la violencia contra las mujeres como una “epidemia oculta”. Pero en Haití, la violación y tortura de mujeres y niñas no está “oculta”. Es una táctica deliberada e inhumana de la guerra de pandillas. Es dolorosamente visible e insoportablemente ignorada. Las mujeres y niñas que conozco todos los días tampoco se esconden. Son luchadoras. Las niñas están utilizando la radio comunitaria para hablar sobre sus derechos. La semana pasada, 200 mujeres y niñas desplazadas realizaron una sentada para exigir la protección de sus derechos. Estas mujeres se están movilizando en sus comunidades y ofreciendo esperanza para un futuro libre de violencia. Son la columna vertebral de Haití, pero no pueden hacerlo solas.
La intervención de la ONU liderada por Kenia no ofrecerá una solución si es solo un remedio a corto plazo y no está respaldada por un plan claro y bien financiado para abordar las causas estructurales de la violencia, en particular, la violencia de género
No hay tiempo para esperar
La seguridad de las mujeres y las niñas en Haití no es negociable. Además de intensificar los esfuerzos para hacer frente a las pandillas, la comunidad internacional debe dar prioridad a la financiación de las organizaciones dirigidas por mujeres para que proporcionen atención médica, refugios seguros y justicia a las supervivientes de su brutalidad.
Por supuesto, los horrores que enfrentan las mujeres y las niñas haitianas no tendrán fin hasta que se ponga fin a la violencia de las pandillas. Sin embargo, teniendo en cuenta los fracasos pasados de las misiones internacionales de seguridad y mantenimiento de la paz en Haití, la intervención de la ONU liderada por Kenia no ofrecerá una solución si es solo un remedio a corto plazo y no está respaldada por un plan claro y bien financiado para abordar las causas estructurales de la violencia, en particular, la violencia de género.
Con el 2025 a las puertas, debemos preguntarnos qué tipo de mundo estamos dispuestos a tolerar. Las mujeres y las niñas haitianas merecen algo más que nuestra simpatía. Merecen que se tomen medidas. No esperemos al próximo hito sombrío para responder.
Fuente EL PAIS