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Ana María Stuven, historiadora chilena: “Hay mujeres que están en la cárcel y no saben dónde están sus hijos”

Aunque varios llevaba años dando clases de historia de las mujeres en el campus San Joaquín, en un municipio en la zona sur de Santiago, en la Pontificia Universidad Católica de Santiago, una prestigiosa institución chilena, Ana María Stuven (1951, Santiago) no se había percatado de que al frente había una cárcel de mujeres. Entonces decidió cruzar la vereda, tocó por iniciativa propia el gran portón de fierro, se presentó ante las gendarmes y comenzó a visitar el penal de manera permanente. De eso han transcurrido cerca de 25 años en los que Stuven, que después creó la Corporación Abriendo Puertas, ha emprendido una campaña pública, cada vez más sistemática e insistente -y que a veces siente que es una raya en el agua-, para mejorar las condiciones de las detenidas e impulsar medidas distintas a la privación de libertad, en especial para quienes son madres, en delitos que no sean de sangre.

Stuven, doctora en historia por la Universidad de Stanford y coautora de Historia de las Mujeres en Chile junto a Joaquín Fermandois, actualmente trabaja en una investigación con la Universidad Católica sobre Delito, cárcel y reinserción de mujeres en Chile. Sus cartas en la prensa chilena, entre ellas el periódico El Mercurio, son usuales. Pero con su propuesta se ha encontrado con un muro cada vez más alto dada la crisis de seguridad que vive Chile: ‘¿Por qué trabajas con esa gente? Dedícate a la historia’, son las respuestas que recibe.

Pregunta. ¿Qué sintió cuándo se enteró de que frente a la Universidad Católica había una cárcel?

Respuesta. Me comprobó la separación entre dos mundos que se estaban mirando frente a frente sin que uno conociera ni supiera del otro. Y me habló mucho de la educación chilena y del elitismo que había en la cultura en el sentido de que el campus San Joaquín, que es un lugar donde personas tienen el privilegio de estudiar en una muy buena universidad, estuviera tan separado, pero al mismo tiempo tan cerca, de una cárcel de mujeres.

P. ¿Cómo fue su primera aproximación a la cárcel?

R. Esto fue a fines de 1999, aproximadamente. En ese momento había alrededor de 2.000 mujeres para un espacio donde cabían no más de 500. Era una situación de hacinamiento y de profundo dolor que me interpeló no solamente en mi rol como historiadora de mujeres, sino que en mi papel como mujer privilegiada dentro de la sociedad chilena, que podía estar dando clases en una universidad de élite y al frente tener este mundo de dolor. Empecé a hacer unos talleres de establecimiento de vínculo con las mujeres, de manera de poder detectar por dónde podía hacer más concreto. Y así surgió la Corporación Abriendo Puertas pocos años después, con trabajos de voluntariado, de capacitación, de apresto laboral y de microemprendimiento.

P. ¿Cuál es la realidad de las mujeres cuando salen de la cárcel?

R. Ese ha sido un aprendizaje. En 2018 hicimos un proyecto piloto del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en conjunto con el Banco Estado y con Gendarmería que contemplaba un acompañamiento durante seis meses a quienes fueran a obtener su libertad, y luego seis meses posteriores a la libertad, de tal manera de ver cómo disminuía la reincidencia y el delito en personas a las cuales se les acompañara en su post penitenciario. Y el resultado, en una población de más de 100 mujeres, fue que la reincidencia disminuyó en un 50%. Entonces, lo que hemos comprobado es que el momento más débil de una mujer, es decir, cuando tiene más vulnerabilidad para volver a delinquir, es el primer mes desde que sale de la cárcel.

P. ¿Por qué?

R. Hay que tomar en cuenta que sus parejas y sus maridos las abandonaron en el curso de la condena y ellas están solas, pues con dificultades las va a visitar su madre. Esto es distinto a lo que sucede en la cárcel masculina, donde las mujeres les llevan alimento, se encargan de cuidarlos y darle las mejores condiciones que pueden. Pero en el caso de las mujeres, inmediatamente los hombres desaparecen.

P. ¿En ese sentido es más duro para una mujer que para un hombre estar en la cárcel?

R. Sí, y además por la situación de los hijos. Porque las mujeres que entran a la cárcel son en su mayoría jefas de hogar. Por lo tanto, los hijos quedan en una situación de abandono total. Entonces, cuando a las mujeres les abren la puerta a las 12 de la noche para salir en libertad, ¿quién está afuera para esperarla? La misma persona que las llevó a la cárcel entregándoles drogas para que ellas comercialicen desde su hogar a fin de que puedan acompañar a sus hijos desde la casa. Porque la otra realidad es que en Chile no existen guarderías donde ellas puedan dejar a sus hijos para salir a trabajar. Entonces, el microtráfico pasa a ser un recurso económico que ellas ven como un trabajo que pueden realizar desde el hogar.

P. ¿Qué perfil tienen estas mujeres?

R. Las mujeres son aproximadamente el 8% del total de la población de un total de unas 55.000 personas privadas de libertad. En el proyecto de investigación que estoy realizando, patrocinado por la Universidad Católica, hemos entrevistado a 35 mujeres que están en los programas post penitenciarios de la Corporación Abriendo Puertas. Y el padrón que ha surgido es calcado para todas: violencia en la infancia, abuso sexual o abuso de otro tipo, embarazo adolescente, familias disfuncionales, es decir, ausencia del padre o de la madre. Muchas veces situación de calle, con parejas que las involucran, como dicen ellas, por amor en el delito, además de pobreza, marginalidad, deserción escolar y un promedio de tres hijos por mujer.

P. ¿Qué pasa con los niños en Chile cuando su madre va a la cárcel?

R. Ese es uno de los problemas más graves que hay en la legislación chilena. Cuando la Policía de Investigaciones (PDI), como dicen ellas, revienta una casa, es decir, entra porque sabe que ahí se está traficando drogas, se llevan a la madre y al padre y los niños quedan al cuidado de la persona que esté disponible, que puede ser un vecino, con todo el riesgo que eso puede conllevar en su bienestar. También pueden quedar al cuidado de la familia y en muchos casos pasan al programa Mejor Niñez, con todas las consecuencias que esto tiene en términos de la pérdida de las redes afectivas, de las labores de cuidado, del empobrecimiento de las familias y de la pérdida de contacto de la madre con sus hijos. A mi me tocan mujeres que no saben dónde están sus hijos, y que cuando salen de la cárcel empiezan recién a buscarlos porque no saben dónde están.

P. ¿Por qué no lo saben?

R. Porque sus hijos entraron a un hogar y de ahí salieron y entraron a otro, y ellas pierden el contacto. Y porque, además, hay muchas mujeres que prefieren que mientras están en la cárcel sus hijos no las vayan a ver porque les provoca mucha culpa mostrarse ante ellos estando presas. Para estas mujeres lo fundamental es la maternidad. Si tú les preguntas ¿quién eres tú? Antes de que digan ‘soy mujer’, responden: ‘soy la madre de’. Su identidad está construida desde ser madre.

P. ¿Qué refleja eso para usted?

R. El dolor y la inconveniencia de separar a una mujer de sus hijos, cuando son delitos menores. No estoy hablando de mujeres que han cometido delitos de sangre, sino de mujeres que en el 60% están ahí por microtráfico. Entonces, son delincuentes, claro, pero de muy pequeña monta en términos de su replicabilidad como tal. Me he convertido un poco en portavoz de este problema en el espacio público. Y cuando me preguntan ¿y usted qué persigue? Obviamente que mejores condiciones carcelarias, pero también persigo que se repiense el problema de la prisión femenina para una mujer que ha cometido delitos menores y es madre.

P. ¿Es una postura impopular dada la crisis de seguridad en Chile? ¿se ha topado con eso?

R. Obvio, lo encuentro en todas partes. Y tenemos problemas de financiamiento horrorosos por eso. Es muy fácil pedir dinero [para corporaciones] para niños y ancianos, pero anda a pedir plata para una mujer privada y libertad. Te dicen ‘que se pudra en la cárcel’. Esas frases yo las he escuchado todas las veces que quieras . Te dicen: ¿por qué trabajas con esa gente? Dedícate a la historia’.

P. ¿Y qué responde?

R. Contesto que este es el camino que me puso la vida. Y tomé este desafío porque creo en la causa, porque ahora ya soy persona mayor, he dejado de hacer clases y porque creo que esto le da sentido incluso a mi carrera académica. Siempre he tenido la sensación de que el mundo académico es un poco autorreferente. Yo creo que es fundamental para una persona el complemento de tu trabajo con la inserción en el mundo real. Y la pobreza, la marginación y el dolor se han convertido también en una manera de pensar mi relación con el mundo.

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Fuente EL PAIS

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