Der Blaue Reiter (El Jinete Azul) fue un legendario movimiento artístico que revolucionó el expresionismo alemán a principios del siglo pasado del que se recuerda, sobre todo, las obras de Wassily Kandinsky, Franz Marc, Paul Klee o August Macke. Sin embargo, compartiendo las paredes de las exposiciones del célebre grupo, figuraba el nombre de una mujer, la única de El Jinete Azul: Gabriele Münter (Berlín, 1877-Murnau, 1962), muchas veces reducida su figura como amante de Kandinsky, gran desconocida para el público español y parte del europeo. Hoy, 113 años después del surgimiento del grupo expresionista en Múnich, en 1911, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid presenta a la artista alemana con su primera retrospectiva en España y la más extensa fuera de su país natal: Gabriele Münter. La gran pintora expresionista, una exposición que desde este martes muestra más de 140 pinturas, dibujos, grabados y fotografías.
“En realidad, la estamos redescubriendo en España, pero es una pintora que tuvo mucho reconocimiento en vida en Alemania, y no conviene olvidarlo”, dice Marta Ruiz del Árbol, conservadora de Pintura Moderna del Thyssen y que, junto con Isabelle Jansen —directora de la Fundación Gabriele Münter y Johannes Eichner— y Matthias Mühling —director de la Städtische Galerie im Lenbachhaus en Múnich, museo de arte alemán— comisaría la muestra que, en un recorrido cronológico y temático, abarca su larga carrera artística. Lo primero con lo que se encuentra el visitante al entrar a las salas, como no podía ser de otra forma, es con la presentación de la figura desconocida a través de una serie de autorretratos —de los pocos que pintó— que le ponen rostro a la artista. “Ella misma se presenta y deja ver lo rompedora que fue y cómo demostraba su estatus de artista”, dice Ruiz del Árbol.
El Jinete Azul y su relación con Kandinsky
Su período artístico más reconocido va desde 1901 hasta el estallido de la I Guerra Mundial y su consecuente exilio a Escandinavia. En esos años, que Münter describe en su diario como “una época maravillosa, interesante y feliz”, conoce a Kandinsky, fundador y profesor de la escuela Phalanx, de Múnich —de las pocas en las que se permitía entrar a mujeres—, en la que comienza a estudiar. Con él empieza una vida compartida en la que recorren Europa y el norte de África para después fundar El Jinete Azul en 1911. Poco antes, en 1908, descubre una especial fascinación por Murnau, una pequeña ciudad en los Alpes bávaros que se convertiría en motivo principal de muchas de sus obras de la época y que representaría un parteaguas en la definición de su estilo. De ese descubrimiento, Münter escribió en su diario: “Tras un breve periodo de agonía, di un gran salto. De pintar una naturaleza de forma más o menos impresionista, a sentir un contenido, a abstraer”. Ruiz del Árbol explica ese cambio: “En estas obras el color se nivela, las formas se sintetizan. Es una forma de abstraer, pero quedándose con la esencia. Esos colores planos se vuelven más fluidos”.
Solo tres años después de la fundación de El Jinete Azul, las armas y las bombas de la guerra dispersaron al grupo, Kandinsky y Münter incluidos. Según Guillermo Solana, director artístico del museo madrileño, “la mayoría de las retrospectivas que todavía hoy se celebran sobre Gabriele Münter se limitan a ese periodo”. “Básicamente, lo que tiene que ver con su relación con Kandinsky”. Pero la vida artística de Münter va mucho más allá —desde sus inicios, estrechamente ligados a la fotografía, hasta su etapa después de la guerra, más centrada en su faceta como dibujante y alejada de los reflectores que otrora la seguían— y la muestra del Thyssen pretende contarla. “Hemos titulado la exposición, La gran pintora expresionista alemana, pero ni era solo expresionista ni era solo pintora, ni era solo alemana”, dice Ruiz del Árbol.
La mejor prueba de ello es, quizá, el viaje que realizó entre 1898 y 1900 por Estados Unidos, donde sus padres —emigrantes alemanes— se habían conocido y casado antes de volver a su país natal. En esos dos años, viviendo con sus parientes maternos y tras recibir como regalo una cámara Kodak, Münter mostró un interés particular por la forma de componer escenas que después se va a repetir en su pintura. Como señala Ruiz del Árbol, “la fotografía se convierte en su maestra y le enseña a mirar”.
El exilio y su vuelta a Alemania
Con la etapa Kandinsky entre medias, la muestra del Thyssen termina con el autoexilio escandinavo de la artista ―que buscaba tranquilidad― durante la Gran Guerra y su regreso a Alemania. A Escandinavia —Suecia, principalmente—, como explica la comisaria, “llega como una gran figura de la vanguardia internacional y enseguida rehace su círculo de amistades”. Ahí, ella lucha su propia guerra. Deja por un momento los paisajes tan característicos de su obra y se centra en los retratos, algo que consideraba, como dejó escrito, “la tarea más audaz y difícil, la más espiritual, la más extrema para una artista”.
Finalmente, volvió a Alemania. “Ahí tiene que rehacer su vida, reencontrarse con su país tras cinco años de ausencia. Su círculo de amistades se ha disuelto y ella, durante muchos años, no tiene una residencia fija. Está entre Múnich, Colonia y Berlín”. Como no tenía taller, sobre todo dibuja. Es en esta etapa, antes de ir a Murnau para terminar su vida y recuperar su faceta expresionista, que se descubre lo que Ruiz del Árbol describe como “una de las caras más fascinantes de la artista”, sus dibujos. “El cuaderno de bocetos era mi amigo y los dibujos el reflejo de lo que veían mis ojos”, escribió Münter en su diario.
Además de su influencia directa en el expresionismo alemán, Münter ayudó a la conservación de las obras de El Jinete Azul después de la guerra, escondiéndolas durante el periodo nazi y luego donándolas, en 1957, a la Lenbachhaus.
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Fuente EL PAIS