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Las mujeres indígenas oaxaqueñas comenzaron a entrar por una rendija a los espacios anteriormente vedados para ellas: la política, las artes y la ciencia. En esas ramas se han abierto camino impulsadas por sus antecesoras, que visibilizaron un cambio, y también por jóvenes y niñas empoderadas. Uno de los lugares donde se ve esta transformación es Teotitlán del Valle, una pequeña localidad zapoteca a 25 kilómetros de la capital de Oaxaca, cuya economía está sustentada en la elaboración de tapetes artesanales de lana. El 70% de sus 6.392 habitantes se dedican a ella.
Las alumnas del quinto semestre del Bachillerato Integral Comunitario número 29 de esa localidad Shanni Valeria Mora Fajardo y Rosa Mendoza Sosa, diseñaron un sistema de filtración de agua —actualmente en etapa de experimentación— que permitirá eliminar residuos químicos utilizados en el teñido de textiles. El proyecto Filtro casero como alternativa en la reutilización del agua entintada en el cultivo de hortalizas llevó a las jóvenes hablantes de zapoteco a obtener el premio de excelencia Stockholm Junior Water Prize, conocido como el Nobel Juvenil del Agua, a finales de agosto de este año.
Asesoradas por la profesora Brenda Jarquín Martínez, las alumnas investigaron, diseñaron y pusieron en funcionamiento una serie de filtros que permiten eliminar la tintura del agua que es utilizada para dar color a la lana con la que se fabrican piezas únicas de ornamento.
De Oaxaca a Estocolmo
Para llegar a Estocolmo, Shanni y Rosa primero ganaron un concurso nacional. Ya en la capital de Suecia, el mayor reto fue el más cotidiano para ellas: construir con lo que se tiene ciencia y tecnología de impacto comunitario. La competencia, afirman las jóvenes, fue reñida, pues había participantes de 30 países, y algunos tenían muchos recursos para desarrollar sus tecnologías. Pero, eso no fue un impedimento para que ellas ganaran.
“El premio nos llena de gran orgullo y motivación, porque da más visibilidad a mujeres en la ciencia. Queremos que haya equidad de género y las mujeres podemos ir al frente de esto”, opina Shanni Mora Fajardo. “No por ser mujeres indígenas, por nuestro color de piel, o por hablar una lengua materna estamos limitadas”. Mientras muestran su proyecto, que se encuentra al interior de la escuela, en un amplio campo verde, explican cómo identificaron que el cambio climático había transformado la manera en que los artesanos teñían la lana.
“Al carecer de agua para regar plantas tintóreas (como el nopal, donde crece la grana cochinilla), las personas incrementaron el uso de colorantes químicos, cuyos residuos se vertían al drenaje, y al llegar a la planta de tratamiento de aguas residuales de la comunidad, afectaban los arbustos utilizados en la purificación, conocidos como tule”, explica Rosa Mendoza Sosa.
Para solucionar el problema de los daños que los tintes generaban en los suelos, las estudiantes de bachillerato investigaron los mecanismos de filtración de agua, los elementos que deben utilizar para eliminar la tintura, y los químicos para que, en un segundo momento, el agua se pueda utilizar para riego de un huerto casero, o bien para teñir nuevamente.
Generar, con lo mínimo, el mayor beneficio
El filtro consta de recipientes que en algún momento funcionaron como garrafones para agua. Ahí, Rosa y Shanni colocaron grava, arena, carbón, algodón, aserrín y carbón activado. El artesano Mario Chávez les brinda el agua que recolecta de la tintura de sus textiles, la cual es vertida en cada uno de los filtros. En un periodo de dos horas, obtienen agua casi transparente que después es colocada en contenedores, con el fin de que los rayos del sol también contribuyan en su purificación.
“Es posible hacer 48 filtraciones al día, con lo que se recuperarían 220 litros de agua. A cada garrafón ingresan cinco litros y se recuperan 4,7. La pérdida se debe a los sedimentos propios del tinte”, explica Rosa Mendoza, quien detalla que se trabaja de manera distinta para el agua residual con colorantes naturales y para la que tiene químicos.
El proceso permite reducir los contaminantes, clarificar el agua y eliminar olores. El proyecto se encuentra a la espera de llevar a cabo análisis de laboratorio que permita determinar qué elementos químicos se han logrado eliminar con los filtros utilizados. Las estudiantes están también en la búsqueda de recursos para realizar las pruebas correspondientes y pasar a la última etapa de colocación de plantas acuáticas en los estanques que les permitiría determinar si es viable su uso en el riego de hortalizas, generando una economía circular.
Modelo educativo indígena
Una realidad es evidente en este Bachillerato Comunitario: las y los alumnos desarrollan diversos proyectos en beneficio de la población como la generación de abono orgánico, el cultivo de plantas tintóreas, la siembra de pitahaya y el desarrollo de un vivero de plantas medicinales. La profesora Brenda Jarquín Martínez explica que el Modelo Educativo Integral Indígena (MEII) consiste en que las y los jóvenes realicen un proceso de investigación en la comunidad, a través de la identificación de problemas dentro de su entorno y desarrollen posibles soluciones.
La ingeniera agrónoma de profesión y docente desde hace 14 años ha asesorado el proyecto de Rosa y Shanni, impulsando la investigación, el desarrollo tecnológico, así como realizar la mayor cantidad de gestiones para obtener recursos que le permitan continuar con los análisis de laboratorio. A unos meses de egresar del bachillerato, las alumnas vislumbran un futuro prometedor: dejar en funcionamiento su tecnología en talleres de artesanías de Teotitlán del Valle y de otras comunidades de Oaxaca.
Para ellas, el sueño es estudiar ingeniería ambiental o biología fuera del país, aprender todas esas tecnologías que parecen lejanas desde su comunidad y que conocieron cuando participaron en el concurso para que, en un futuro, puedan poner en marcha nuevas y beneficiosas innovaciones que disminuyan los impactos del cambio climático.
Fuente EL PAIS