En apenas 15 minutos en su oficina Jineth Bedoya (Bogotá, 50 años) termina de editar un texto, recibe cuatro llamadas de teléfono, revisa con cuidado unos viajes, ultima en un audio los últimos flecos que faltan para el lanzamiento de su documental sobre explotación sexual en Cartagena por el 25N No es hora de callar y recuerda a un compañero despistado lo que se conmemora este día. “Es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres”, responde con suma paciencia. Aunque resopla cuando le preguntan si su día a día nunca para, reconocerá minutos más tarde que es la forma que encontró de aferrarse a una vida. Una vida que lleva siendo atentada y amenazada durante casi tres décadas. “Lleno mi agenda porque siento que estoy contra el tiempo y que en cualquier momento me van a matar”, cuenta en la redacción de El Tiempo, periódico del que es ediora de género.
En su oficina reposan varias orquídeas moradas, consignas feministas y dos diarios enmarcados: el ejemplar de cuando fue portada en la revista Aló y un diario español del día en que contó por primera vez su historia en público. Esta reconocida periodista colombiana fue violada grupalmente y torturada por los paramilitares en 2000 y desde entonces la revictimización en los tribunales y las amenazas han sido rutinarias. “La última fue ayer”, explica la también embajadora de la ONU para la erradicación de la violencia sexual. “Hice lo que hago siempre: hacer lo mejor que pueda con mi vida por si hoy es el último día”.
Gracias a su movimiento y su lucha infatigable, Colombia promulgó una ley que lleva el nombre de su movimiento y designa medio millón de dólares anuales para prevenir ataques a las reporteras. Para la periodista, aunque asegura ser “un bálsamo para el alma”, no deja de ser irónico. “Tengo una ley, pero no justicia”, cuenta aludiendo a la impunidad de sus agresores. Esta es una de las medidas de reparación que ordenó la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte Idh). En este 25N lanza un documental sobre la explotación sexual en Cartagena en todos los medios regionales del país en el que lleva cinco años investigando. Cualquiera podría preguntarse si después de tanto sufrimiento, valía la pena dedicarse al periodismo de género. Para Bedoya la respuesta es una y mil veces sí. “Nunca voy a poder dejar de ser periodista”, zanja.
Pregunta. Usted empezó con el movimiento No es hora de callar y ahora es una ley. ¿Qué siente cuando mira hacia atrás?
Respuesta. Aún no soy muy consciente. Todo empieza con ir a hablar a un auditorio de un país que no es el mío y contar que fui violada masivamente, que me secuestraron, me torturaron y que es difícil pero sigo en el periodismo. Pensé que todo quedaría en la anécdota, pero desperté un monstruo, porque emocionalmente es una carga muy fuerte; igual que el camino de buscar justicia. Lo que me ha sostenido es precisamente lo que fue construyendo “no es hora de callar”. Poder acompañar a víctimas, poner el tema de la violencia sexual a nivel internacional, lograr que la violencia sexual fuera incluida en el proceso de paz, un día nacional para concientizar sobre ello, sacar adelante una sentencia ante la Corte Idh, el centro de memoria del movimiento, un curso de educación para servidores públicos… Ahí es cuando yo digo: ¡qué grande es esto!
P. Secuestros, abusos, revictimización, exilio… ¿Nunca pensó en dejar el periodismo?
R. Sí, he tenido puntos de quiebre muy claros. En 2011, cuando mi caso toma mucha fuerza en Colombia se convierte en un tsunami de muchas personas que dan información sobre el caso. Ahí es cuando aparece el primer violador, con su nombre y apellido, y lo identifico y escucho de su boca cuál era la indicación para matarme, eso terminó en un intento de suicidio. Me tocó agarrarme con las uñas y los dientes del periodismo para decir: ‘me tengo que parar’. Y el otro punto fue durante el juicio en la Corte IDH, porque me tocó reconstruir el drama de 20 años, no sólo del episodio sino las amenazas, los teléfonos interceptados, la salud deteriorada… En marzo de 2021, cuando el Gobierno me deja sola, nuevamente pensé en el suicidio, pero paradójicamente el periodismo vuelve como un superhéroe y me rescata.
P. Usted conoce los agravios del conflicto armado. ¿Cuál es su visión sobre la paz total de Petro?
R. Es una paradoja, porque lo que está ocurriendo es lo que las víctimas advertimos en los procesos de paz. Yo estuve en la cuarta delegación de víctimas y recuerdo que se les dijo que tenían que llenar los espacios geográficos que estaban dejando las FARC, porque ahí era donde se iban a incrementar los cultivos ilícitos. Y se les pidió garantías para que no hubiera un regreso de las FARC o se crearan disidencias. Eso fue premonitorio. Y hay algo más. Ellos son los mayores narcotraficantes del país y los que lideran la explotación sexual y la trata en Colombia. No entiendo cómo puedes sentarte frente a un violador a darle garantías en el marco de una paz social, sabiendo que es de los peores crímenes.
P. ¿Entonces la solución pasa por sistemas más punitivistas?
R. Eso lo hemos discutido mucho con las víctimas: qué entendemos por justicia. Para mí, es claro que un violador no se resocializa.
P. ¿Nunca?
R. Nunca. Eso para mi es claro. Una persona que es capaz de agredir sexualmente a otra persona una vez, lo va a hacer dos y cinco veces. Pero cada víctima es individual. El dolor es tan íntimo y personal…
P. Usted se pronunció en una columna sobre el término que usó el presidente de “muñecas de la mafia”. En los siguientes siete días hubo 300.000 tuits e interacciones vinculados al término. ¿Qué peligros hay en normalizar estos ataques?
R. A las mujeres periodistas se nos ha dicho siempre que cargamos con la ventaja entre las piernas. Que si accedíamos a una fuente o una información era por ser mujer y que si no podíamos hacer x o y cosa era también por ser mujer. Con A perdemos y con B también. En esta era digital nos hemos llevado la peor carga. Se nos violenta de una manera diferente, no se meten con nuestras ideas sino con nuestro cuerpo. Somos la perra, la zorra…
P. Hace poco conocíamos el caso de amenaza a Nicolás Sánchez, de Vorágine. Y pienso en sus amenazas y en las de otras periodistas como Lydia Cacho y son diametralmente diferentes…
R. Totalmente. La Corte IDH tomó una frase que dije durante el juicio. Les dije: Si yo hubiera sido Pablo Pérez me habrían pegado un tiro en la puerta de mi casa, pero soy Jineth Bedoya y me violaron para decirme que ese era mi castigo por ser mujer, no por ser periodista. Este ha sido uno de los años que más amenazas he recibido y todas son del mismo calibre. “Te vamos a romper el culo, te vamos a hacer lo que te gustó, te vamos a llenar la jeta de ácido”. A mis colegas hombres les dicen: tienes 24 horas para irte o te matamos.
P. Imagino que a pesar de lo cotidiano, no se acostumbra nunca…
R. ¿Qué ser humano empieza bien el día si la primera llamada que responde un día es de alguien que le dice que ahora sí le vamos a romper el culo? Y más sabiendo que uno de tus victimarios está libre. Ayer mismo recibí un mensaje horrible e hice lo que hago siempre, intentar hacer lo mejor que pueda con mi vida por si hoy es el último día. Si lo va a ser, que sea el mejor. También creo que por eso hago tantas cosas, ¿sabes? Lleno mi agenda porque siento que estoy contra el tiempo y que en cualquier momento me van a matar.
P. ¿Ha podido volver a confiar en los hombres?
R. Es difícil, pero la misma vida se encarga de darte respuestas y muchos de quienes me ayudaron fueron hombres. Las mujeres no podemos ser un gueto por aparte y ser las pobrecitas víctimas, no. Esto es una construcción de sociedad.
Fuente EL PAIS