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La principal oposición al régimen cubano son las madres

El día que Nidia Noruega se plantó con sus hijos a las afueras de la casa del presidente de Cuba, llevaba un pulóver rojo copia de la marca Moschino, un pañuelo blanco en la cabeza y un insulto que había guardado durante años. Nadie sabía exactamente dónde quedaba la casa de Miguel Díaz-Canel, hasta que Nidia y tres madres más, junto a una pandilla de niños alborotados, se plantaron hace unos días a buscar una respuesta que hasta hoy no han recibido.

La casa de Díaz-Canel, que como la de todos los paraderos de los dirigentes cubanos ha sido siempre un misterio, fue encontrada por la gente que no tiene casa. En Cuba, no existen residencias oficiales al estilo la Casa Blanca, Los Pinos, o el Palacio de Moncloa. Siempre se supo que Fidel y la familia Castro vivían en Punto Cero, en la zona más alejada del municipio Playa, al oeste de La Habana, en los terrenos de un antiguo campo de golf, un lugar que ni siquiera los cubanos intentamos imaginar. Punto Cero era tan lejano, que realmente parecía fuera de los márgenes de Cuba.

La de Díaz-Canel está ubicada en los terrenos del antiguo Biltmore Yacht & Country Club, justo frente a la avenida 146, y Nidia no la encontró ahora, sino hace unos años cuando llevaba a sus hijos a la playa. Vio varios autos y preguntó a un guardia qué pasaba en la zona y le dijo que eran las inmediaciones de la casa del presidente. De lejos, pudo constatar que hay una piscina, y una amplia extensión de tierra, no pudo ver mucho más porque nunca la han dejado avanzar más allá de la garita de la entrada. Nidia no ha visto la casa, pero dice que es una mansión. Nidia nunca ha visto una mansión, pero imagina lo que es, algo que a ella no le toca conocer. La primera vez que se plantó a exigir una vivienda delante de la casa del gobernante, su hija más pequeña tenía un año. Ahora tiene siete y sigue sin hogar.

En la última de sus visitas, grabaron un video que ella y las demás madres difundieron en redes sociales y en el que dicen que no pueden más. No solo no tienen casa, en una ciudad donde según cifras oficiales colapsan 1.000 viviendas cada año, y donde viven 600.000 personas en lugares casi inhabitables. Dicen además que tienen hambre.

La mayoría de las protestas de Cuba en los últimos tiempos las han impulsado las mujeres. No solo las masivas o mediáticas como las de julio de 2021 o marzo de 2024, sino también las más inéditas o fugaces, las del día a día. Las mujeres en Cuba son las que se tiran constantemente a la calle. Su lucha no tiene solo un rostro, ni solo un reclamo. Se les ha visto exigiendo necesidades básicas como alimentación, salud, comida, agua, luz eléctrica o vivienda, que han estado en el centro de las insatisfacciones de los cubanos en los últimos años.

Está la madre cubana que se sentó con sus dos hijas y varios envases vacíos en el medio de una calle en La Habana Vieja, a modo de protesta por la escasez de agua potable y los cortes de electricidad. O las madres de Maisí, que salieron con tanques de agua, vacíos de tantos días sin abastecerse. Está la madre que se plantó en el Gobierno municipal de Marianao en busca de leche, con su hijo en brazos y un llanto arrasador. Están las madres a las afueras del Ministerio de Salud Pública de Cuba, con sus hijos con padecimientos graves que nadie atiende.

A los 18 años, Nidia se fue con su primer hijo recién nacido de la casa de su madre, donde viven 20 personas en un cuarto. Se largó a un albergue en el que estuvo tres años. También se coló una vez a vivir en las instalaciones de un tribunal. Estuvo un tiempo en la calle con los niños. Pasó a otro albergue, donde nacieron sus otros cuatro hijos, que no saben lo que es tener una casa.

“Mis hijos siempre han vivido en albergues, desde que nacieron”, dice Nidia, de 32 años, quien limpia pisos en la sede del Gobierno provincial, donde la han amenazado con expulsarla si sigue visitando las inmediaciones de la casa del presidente.

Después de 15 años albergada, Nidia está en una vivienda de tránsito, un lugar que se moja cuando llueve, que se inunda de agua de fosa y que el Gobierno le ha dado mientras le promete una casa que todavía no acaba de llegar. Cansada de esperar por el Gobierno, Nidia se ha plantado cuatro veces a las afueras del lugar donde reside Díaz-Canel.

“Ya yo no doy más”, ha dicho. “Tengo ganas de coger un bulto de pastillas y que me lleven al Hospital Militar. Y que cuando llegue al Militar ya esté muerta, que digan que Nidia ya se murió”.

En la garita de la casa del gobernante, a ella y al resto de las madres les dijeron que no estaba permitido llegar hasta ese lugar, correr los límites entre la gente y el poder, tal como el Gobierno ha garantizado siempre. Al rato llegaron la policía y funcionarios del Departamento de Menores, los montaron en una patrulla y despejaron el sitio. En la última citación policial de Nidia, un agente le preguntó si sabía que la “incitación” se paga hasta con tres años de cárcel. Nidia le dijo que ella no estaba incitando a nadie. El agente le repitió que no volvieran, que terminarían tras las rejas.

“Le dije: ‘Bueno, échame 30 años, porque yo voy a seguir”, cuenta Nidia. Mientras no tenga casa, va a regresar a la de Díaz-Canel. Allí o en otros puntos de la isla, habrá una madre siempre tocando a su puerta.

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Fuente EL PAIS

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