Lo demuestran sus enormes cuadros de depurada belleza y su singularísima apuesta por la forma, el espacio y el color. Pepa Caballero (Granada, 1943 – Málaga, 2012) fue una pintora excepcional, con una obra tan personal que apenas existen referentes ni precedentes en nuestro país, pero que eligió, empecinadamente, un camino difícil, abocado a su invisibilización: la pintura abstracta, y más concretamente, la abstracción geométrica. Ya lo apuntó el escritor Paul Valéry a principios del siglo pasado: “Cuanto más abstracto es un arte, menos mujeres hay entre las personas que se hicieron un nombre ilustre en él”. Dramática sentencia en la que coinciden los especialistas, historiadores del arte y críticos que sucedieron al pensador francés en el tiempo. La historiadora Béatrice Joyeux-Prunel lo ha expresado así: “La historia de las vanguardias es la de grupos de hombres. Se ha modelado sobre prácticas completamente masculinas, que excluían a las mujeres (y las excluyen aún ahora muy a menudo), aunque solo sea porque las competencias sociales y profesionales en el mundo del arte han estado durante mucho tiempo reservadas a ellos”.
Pepa Caballero lo sabía. Había mujeres en el realismo y la figuración, pero el arte abstracto era un coto vedado a la práctica femenina. Aun así, fue consecuente con el camino elegido. Había estudiado en una masculinizada Universidad de Bellas Artes de Sevilla, le gustaba “fumar y beber cerveza, hablar de arte y de libros con sus colegas hombres”, afirma la profesora de la Universidad de Málaga Carmen Cortés, y fue la única mujer miembro del célebre Colectivo El Palmo (un grupo cuyo lenguaje vanguardista se alejaba de los planteamientos convencionales y comerciales) del que ella misma fue cofundadora. Ser mujer no frenó a Caballero en absoluto para ser pionera del movimiento a escala nacional y destacar en su trabajo por sus variaciones en la composición y el uso del color y la luz, así como por la minuciosidad y calidez artesanal con la que desarrolló toda su obra. “Una artista que imprimió a esta estética geométrica y despojada la humanidad, que la hizo memorable”, asegura la experta.
Sin embargo, su nombre y su obra se fueron difuminando con el paso del tiempo hasta ser hoy, 11 años después de su muerte, una artista por (re)descubrir, oculta también por un velo de misterio en su biografía. ¿Por qué deja de pintar en la década de los ochenta? ¿Por qué renuncia a presentar su obra a certámenes, becas y premios de las instituciones públicas que hubieran proyectado su trabajo? ¿Por qué esa apuesta por permanecer en su atalaya malagueña sin explorar las galerías de Madrid?
“Hay mucha incertidumbre respecto a eso”, confiesa la profesora Carmen Cortés, que junto a su colega Isabel Garnelo, ambas de la Universidad de Málaga, se están encargando del trabajo de investigación y localización de su obra. Porque, paradójicamente, “Pepa tuvo mucho reconocimiento entre sus colegas, no es que fuera descuidada en su época”. Igualmente, “era muy consciente de la importancia de su trabajo, ella se creía que era la pera. Pepa era una tía muy vital, potente, muy fuerte. Le interesaba la vida, estaba convencida del valor de su pintura”, añade Garnelo.
Aun así, “por lo que fuera”, la malagueña no se movió por las galerías que marcaban las tendencias en su época. “Las mujeres no generaban confianza en el mercado”. Así de sencillo. Junto a eso, no sabemos si voluntariamente o no, se produce un silencio creativo que coincide con el nacimiento y crianza de sus hijos ―era profesora de Secundaria en un instituto de Torremolinos y también abandona ese trabajo―, en plena década de los ochenta.
Antes y después de ese paréntesis en su carrera, Caballero tiene una primera etapa creativa, en la década de los setenta, de explosión e irrupción en el panorama artístico nacional con cuadros de gran formato dominados por el rojo y el negro. Es en la década de los noventa cuando vuelve a aparecer con fuerza, tras el impacto que produjo en su sensibilidad artística ―sostienen las especialistas― el conocimiento de los clásicos.
Precisamente en 1992, Caballero realiza un viaje a Grecia que cambia su percepción estética, impregnándola de una emotividad profunda que ella acompañaba de un deseo de rigor y perfección extremos. De esta experiencia emergen sus series Partenón y Mediterráneo, en las que introduce colores cercanos a la piedra y a la tierra, “y una geometría aún más estricta”, explica Carmen Cortés. “Pero fallece pronto, en un momento además esplendoroso de su carrera artística, que la hubiera relanzado de manera definitiva”, añade Juan Antonio Álvarez Reyes, director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.
Reyes trabaja ahora mismo junto con las dos investigadoras en la recuperación de la obra de la artista malagueña, de la que el museo andaluz ha adquirido dos conjuntos de seis piezas cada uno (la series Negro y Rojo y Mediterráneo, precisamente, correspondientes a esos dos periodos) y que actualmente pueden verse en la exposición colectiva Devenir pintura. Igualmente, esta institución trabaja en la donación de un lote similar y prepara para 2024 la que será la primera y gran exposición retrospectiva de Pepa Caballero. “Es inexplicable que hasta ahora no se haya recuperado su obra, todo aquel que ve sus cuadros se queda impresionado, así que esperamos que todo este trabajo, que nosotros llamamos Operación Caballero, suponga una gran visibilidad”, asegura el director del centro.
De hecho, tras la muerte de la pintora en 2012, las dos investigadoras malagueñas comienzan los contactos con los dos hijos de la artista y quedan sorprendidas por la cantidad ―y calidad― de obras atesoradas en su taller del barrio malagueño de El Palo. “Entramos como dos obuses en la casa, alucinadas con la cantidad de cuadros que nos encontramos, un estudio con grandes mesas, porque Pepa trabajaba en horizontal. Han sido cuatro años de trabajo, pero aún queda mucho por hacer, tenemos una pugna entre nuestra curiosidad, el deseo de contar una historia, y el respeto por el duelo de sus dos hijos. Vamos con pies de plomo, ellos son muy discretos con la obra de su madre y entendemos que no es fácil gestionar un legado”, sostienen las estudiosas.
La obra de la malagueña, de hecho, se encuentra mayoritariamente en manos de sus hijos y de su sobrina, llamada también Pepa Caballero, y a la que rodea una historia de amor y convicción familiar en el trabajo valiente y decidido de la pintora. “El hermano de Pepa le compraba obra cada vez que exponía sin que ella lo supiera”, y a día de hoy es uno de sus mayores coleccionistas, relatan Garnelo y Cortés, que serán las comisarias de la exposición que prepara el CAAC.
Aun así, también se puede seguir el rastro de esta llanera solitaria de la abstracción femenina en diversas colecciones públicas malagueñas (el Ayuntamiento de Marbella, la Diputación Provincial, la Universidad de Málaga, el Museo del Grabado Español Contemporáneo de Marbella, la Fundación Unicaja y la Sociedad Económica de Amigos del País, entre otros); la colección del Colegio Universitario de Zamora, el Museo Aguilera Cerni MACVAC de Castellón y una universidad de Chicago… “Estamos ahora mismo en ese proceso de localización de su obra, que pensamos que nos puede dar muchas sorpresas”, sostiene Garnelo.
Pepa Caballero puede ser la punta del iceberg para empezar a conocer a las mujeres pintoras que apostaron por la abstracción en la España aún en blanco y negro de la década de los setenta. Con excepción de Soledad Sevilla, poco más se sabe. “No había apenas… O no se han contado”, reconoce Cortés, a lo que su colega apostilla: “Hay seguro muchas más mujeres, solo hay que buscarlas”.
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