“Tu protagonista se llama Germana, tiene 91 años y vive en una residencia a 13 minutos de tu trabajo”, decía el audio que envió a mi móvil Laura García, mentora voluntaria en la Fundación Lo que de Verdad Importa (LQDVI). “Vas a vivir una experiencia maravillosa. Es un voluntariado precioso”, explicó con entusiasmo poco antes de las presentaciones. No se equivocaba. Al conocer a Germana García del Barrio —Germa, como le gusta que la llamen— sentí que tenía que ser ella y no otra la persona sobre la que había que escribir. Fue un sentimiento mutuo…, algo así como el de conocerse de toda la vida, el inicio de una gran amistad que perdura más allá de las páginas de un libro escrito entre risas y lágrimas. Un libro que significa mucho para las dos, aunque no tanto como el hecho de haberse conocido.
Esta es la historia emocionante, alegre y a veces también dura de un proyecto de voluntariado con guion de película, o más bien de libro. Porque de eso se trata: de escribir la biografía de una persona mayor, acompañándola y escuchándola para al final poner en valor su testimonio. “Tu historia de verdad importa” son cinco palabras cómplices para los participantes, cinco palabras que dan nombre a la iniciativa solidaria que, desde 2016, propone la Fundación Lo que de Verdad Importa. De la intimidad y la magia de las emociones compartidas durante los nueve meses de proyecto, surgen profundos vínculos personales entre narradores y protagonistas que, en la mayoría de los casos, se mantendrán para siempre.
Como el de Juan Fermín Castro, de 86 años, y Fernando Roca, de 31. Entre ellos saltan chispas de cariño cuando se miran y hablan de su experiencia. “Fernando es para mí el hijo varón que nunca tuve”, comenta orgulloso este cubano que lleva seis años viviendo en Madrid con una de sus hijas. Nunca pensó que alguien querría contar su historia, porque es “un analfabeto”, dice con un hilo de voz. “Él es una persona muy humilde que se crio en una familia muy pobre”, continúa Fernando, que ha aprendido detalles de la vida en Cuba antes y después de la Revolución castrista gracias a las vivencias de su protagonista.
Aunque confiesa algo apesadumbrado haber perdido memoria, Juan le ha contado historias de las épocas de la zafra, cuando ayudaba a su padre a cortar caña de azúcar, recuerdos de aquellos tiempos de cartillas de racionamiento, y ha rescatado sus aventuras y desventuras como camionero, y el sentimiento de fraternidad y vecindad del pueblo cubano, y la evidencia de que ser bondadoso ha marcado su vida. Desde que falleció su esposa, Juan asiste al centro de día Geriacen, en el que se siente bien y que, según dice, le salva de la soledad. Mientras Fernando y él hacen planes para quedar otro día a comer en familia, y ante la pregunta de si es feliz, menciona a su esposa con los ojos vidriosos y al final sentencia: “Añoro Cuba”.
María Franco, directora de Lo que de Verdad Importa, cuenta cómo ella y sus dos socias, Carolina Barrantes y Pilar Cánovas, dieron forma al proyecto: “Vamos a empoderar a los mayores. Dejemos de lado la postura de ‘yo soy más joven y vengo a ayudarte’, y vamos a decirles que su historia de verdad importa y a preguntarles: ‘¿Te apetece trabajar en un proyecto de voluntariado conmigo y escribir juntos un libro?”.
Con esta filosofía antiedadista de estrecha colaboración entre jóvenes y mayores, la fundación quiere aportar su granito de arena a la lucha contra la soledad no deseada que, según el Observatorio Estatal de la Soledad no Deseada (SoledadES), afecta en España al 20% de las personas de más de 75 años.
En los encuentros semanales que tienen lugar hasta la entrega del texto, los narradores profundizan en la vida de los protagonistas y comparten recuerdos y sentimientos que a veces creían olvidados. Es un voluntariado que requiere “mucho esfuerzo, compromiso y responsabilidad”, explica Manuela Lacalle, coordinadora social de Tu Historia de Verdad Importa (THDVI) desde 2017.
“Tu vida ya la conoces, pero cuando un desconocido te hace preguntas, profundizas y encuentras otro sentido a las cosas”, comenta Pepe Ortín. Este diseñador de 93 años llegó al proyecto a través de la Fundación MD Anderson Cancer Center de Madrid, con la que ha colaborado en proyectos de concienciación sobre la enfermedad que él mismo padece. A pesar de tener buena relación con sus hijos, al fallecer su esposa se sintió solo, lo que le llevó a aceptar la propuesta de sus terapeutas de participar en el proyecto. Desde que conoció a Marian Silva, de 49 años, ha encontrado esas conversaciones interesantes que no suele mantener con los de su quinta. “Con ella me he sentido joven, me ha demostrado que he hecho en la vida cosas valiosas que no solo eran trabajo, como yo creía hasta ahora”, confiesa.
Marian Silva explica que desde el primer día que fue a casa de Pepe y este la invitó a galletas, se ha sentido como Alicia en el país de las maravillas entre dibujos, ilustraciones, decorados y todo el desfile de famosos de la moda, la televisión y la cultura que han pasado por la vida de Ortín. Además, para ella ha supuesto un aprendizaje de cómo se vivía en una sociedad en la que estaba todo por hacer después de la Guerra Civil.
Gracias a la extraordinaria memoria de Pepe Ortín, que ha descrito su vida con todo lujo de detalles, a la curiosidad infinita de Marian y a la complicidad entre ambos, juntos han completado un libro de unas 80.000 palabras, cuando lo habitual son entre 15.000 y 30.000, y ya piensan en un segundo volumen. “Si entras en el mundo de Pepe, ¡vas a flipar!”, exclama esta voluntaria, que llegó a sentirse desbordada por tanta información y confiesa que se le saltaron las lágrimas cuando acabó el relato. Para el protagonista de esta historia ha sido un reconocimiento a su trayectoria: “Me gustaría que lo viese mi padre y darle un beso”, dice con nostalgia. Nunca imaginaron, ni Pepe ni Marian, que un año más tarde se querrían tanto ni que cada uno formaría parte de la familia del otro.
Cuando Lucía González (52 años) y Lucía García-Figueras (24) conocieron a Manuel, primer candidato que les propuso la fundación, este las rechazó porque el proyecto le provocaba cierto desconcierto. “No estoy preparado para desnudar mi alma”, les dijo. Pese a la frustración inicial, madre e hija, que conciben el voluntariado como una forma de vida, se comprometieron a hacerle compañía, ya sin la presión de contar su vida. Y además se involucraron en el proyecto con una nueva candidata de la misma residencia. Desde el primer día, Rocío Martínez, de 93 años, les habló de su vida con mucho humor y sin darse ninguna importancia.
“En mi época no hubiese podido contar mi vida porque las mujeres no figurábamos en ninguna parte”, comenta Rocío, sorprendida de poder hablar sin que alguien la pellizque y le diga que se está pasando. “Cuando empecé a andar, estalló la guerra, así que aprendí lo que la vida me enseñó. Yo no sabía hacer la o con un canuto”, dice con dulzura mientras dibuja la letra en el aire, “y me gusta ver a dos mujeres tan jóvenes trabajando juntas”. El libro ha sido un aliciente para las tres, pero valoran más el vínculo personal que se ha forjado entre ellas que el propio resultado final. “Ojalá fuese mi abuela”, confiesa la voluntaria más joven.
Lo normal en este proyecto de voluntariado es que los protagonistas pierdan el miedo a abrir su corazón a los narradores cuando sienten que les dedican tiempo en exclusiva y les prestan atención sin juzgarlos. Y cuando surge la complicidad con el narrador, aparece también la ilusión por ver su vida publicada en un libro, del que la fundación edita 10 ejemplares para cada protagonista.
El acompañamiento y la escucha activa refuerzan la autoestima de los mayores, pero no todos están preparados para hablar con un desconocido. “De hecho, este es uno de los factores que se tienen en cuenta a la hora de elegir a los candidatos, así como el nivel cognitivo y la situación de soledad en que se encuentran”, asegura Cristina Garzón, psicóloga de la residencia Bouco Madrid San Blas.
Para los más jóvenes, la idea de escribir un libro es una motivación extra a la hora de elegir este voluntariado, al que pueden llegar a través de la plataforma del Ayuntamiento madrileño Voluntarios por Madrid o de empresas que proponen esta iniciativa como actividad extralaboral. Los mayores son seleccionados por las residencias y centros de día que están concertados con la fundación en distintos lugares de España. Madrid es la comunidad donde está más asentado el proyecto y el Ayuntamiento colabora también en la selección de candidatos. Cualquiera puede contactar con la fundación a través de su web.
No siempre es la soledad lo que lleva a los protagonistas de estas historias a participar en el proyecto. En el caso de Eustaquio Hernández, de 89 años, fueron sus hijos quienes le animaron a participar porque querían que escribiese sus memorias. Taquito, como lo llaman cariñosamente, vive feliz con su esposa, Clementina, en su casa de siempre. Es un hombre dicharachero que contagia alegría al contar anécdotas del pasado entre refrán y refrán. Emilio Magdalena, de 62 años, a quien le gusta escribir cuentos, ha sido la pluma que Eustaquio necesitaba para que sus experiencias no cayesen en el olvido. Ha intentado ser fiel a las expresiones características de Taquito, que tiene una facilidad asombrosa para recordar nombres y apellidos. En los días de conversaciones, que ahora recuerdan los dos con cariño, hablaron de los juegos populares de su infancia, de las curiosidades de la tienda que regentaba o de la crueldad de las situaciones vividas entre vecinos en tiempos de la guerra en Villabuena del Puente, su querido pueblo de Zamora. Para la familia de Eustaquio, el libro es un legado que será más valioso, si cabe, con el paso del tiempo.
El proyecto Tu Historia de Verdad Importa engancha. Hay voluntarios que sienten inquietud por escribir y repiten la experiencia. Esta iniciativa les da la oportunidad de practicar la escritura, además de dedicar parte de su tiempo a las personas mayores. Para ellos, cada historia es un aprendizaje distinto.
Iria Vázquez, de 48 años, que ha hecho de este voluntariado un proyecto educativo con sus alumnos en el colegio Fillas de María Inmaculada de Vigo, comenta que la implicación emocional ha sido tan fuerte que no podría repetir. “Porque he llorado y tengo una preocupación más en mi vida”, comenta. Tanto ella como los adolescentes Noa, Julia, Michele, Lucía, Noemí, José y Xavier adoran a Inmaculada Díez, de 84 años, una hermana de la congregación Religiosas de María Inmaculada que les ha enseñado lo que significa ser monja desde que con 12 años abandonó su casa y a su familia para consagrar su vida a Dios.
Escribir este libro ha sido un trabajo en equipo que ha requerido mucho esfuerzo y disciplina. Los estudiantes, de 16 y 17 años, se han encargado de transcribir las grabaciones y sus textos han sido evaluados como asignatura. Iria ha narrado la historia y los alumnos han escrito el prólogo y el epílogo. Al acabar sintieron alivio y tristeza. Nunca hubiesen pensado que tendrían una compañera de 84 años a la que echarían de menos si no asiste a clase al menos una vez a la semana. Inmaculada se siente feliz con ellos. Sabe que hoy en día apenas se reza, pero ha intentado inculcarles valores. A cambio han compartido pizzas y aceitunas, han hecho trabajos de arcilla y, entre otras cosas, le han dedicado un rap compuesto por ellos mismos. Ni en sueños habían imaginado algo así.
Nunca se sabe cómo va a ser la relación entre dos desconocidos unidos por el azar. En el proyecto pueden coincidir personas de distinta clase social, nacionalidad, religión, ideas políticas o sexo, lo que hace que cada experiencia sea única. “En realidad, no sabemos cómo se sienten nuestros mayores”, comenta Elena Adrados, narradora en dos ediciones, psicóloga y directora del centro de día El Val de Alcalá de Henares. “Algunos de ellos cuentan cosas de las que nunca habían hablado y sus relatos desvelan emociones desconocidas para sus familiares”.
En el acto de entrega de libros de la séptima edición de THDVI, Nazario Ballesteros (93 años) dio pistas sobre algunos de esos sentimientos que a veces los acompañan en esta etapa de la vida. “No me llames viejo, porque la vida es un camino y todo el que nace envejece”, leía con lágrimas en los ojos y la voz quebrada, “llámame amigo, hermano, compañero” (fragmento del poema No me llames viejo, de Rosario Naranjo).
Puede ocurrir que el nivel cognitivo de los mayores vaya disminuyendo durante el proyecto. En estos casos el relato se completa gracias a la estrecha colaboración entre el narrador y los familiares del protagonista. Familias y amigos suelen involucrarse desde el principio, aunque esto no siempre sucede. Y esta aventura no siempre tiene un final feliz: hay protagonistas que fallecen antes de ver publicado el libro.
Entre emociones y recuerdos se han publicado hasta ahora más de 600 biografías en España, 300 en Francia —donde THDVI empezó en 2020— y otras 10 en las ediciones que se hicieron en campos de refugiados en Palestina (2018) y Jordania (2020).
Antes de acabar el libro, después de meses de confidencias, se llega a la conclusión de que la compañía es el regalo más preciado cuando la vida pasa, “y que cualquier historia merece la pena ser contada”, como comenta María Franco, para quien cada biografía publicada es la novela más maravillosa del mundo.
En ocasiones, mi nueva amiga Germa, como si fuese la primera vez, me vuelve a contar que su vida empezó fatal porque su madre falleció en el parto y, con lágrimas en los ojos, me recuerda el amor sin igual que vivió con su marido, del que siempre lleva una fotografía en el bolso. Cuando vuelve a su cabeza el recuerdo de que fusilaron a dos de sus tías durante la guerra, baja el tono de voz. Su cara se ilumina al recordar a sus amigas del alma, que fue cantante de copla y que grabó varios discos como “Germa, la voz que acaricia”. Y siempre termina diciendo que ha sido “felicísima” hasta ahora, que está en silla de ruedas en la residencia. Y entre suspiros pregunta mirando a los ojos: “¿Crees que algún día conoceré a mi madre? ¿Volveré a ver a mi marido? ¿De verdad que mi vida merece la pena?”. Cogidas de la mano y compartiendo la mirada le digo: “Tu historia de verdad importa”. Sonríe. Y me emociono.
Fuente EL PAIS