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“Esto es la guerra”: el drama de las mujeres violadas repetidamente por pandilleros en Haití | América Futura

A sus 24 años, Tamara nunca ha tenido una vida fácil. Ha cuidado de sí misma desde los 15 años, cuando nació su primer hijo. Se las arreglaba para salir adelante. Cuando conoció a su marido, ya era madre de dos niños. Empezó una nueva vida con él, tuvo otro hijo y él los mantenía a todos. Vivían en Cité Soleil.

La noche del 8 de julio de 2022, se despertaron por los violentos enfrentamientos que estallaron entre las pandillas de la zona. Su marido no quería huir porque pensaba que no era seguro, pero ella lo convenció de que tenían que irse. “Unos hombres invadieron nuestro barrio. Mataban a la gente a tiros. También quemaron casas. Había gente corriendo por todas partes. Yo no quería morirme en esa casa. Quería irme de allí”, explica Tamara.

Sacaron a sus hijos de la casa y se fueron con lo poco que llevaban puesto. Caminaron durante horas. Sin embargo, cuando llegaron a dèyè mi, los pandilleros los detuvieron. Tamara, entre lágrimas, recuerda lo que ocurrió después, cuando hablaron con su marido.

“Los hombres dijeron: ‘Este hombre depuso las armas, está huyendo porque sabía que iba a morir’. Mientras hablaban con él, algunos me llevaron aparte y dos de ellos me violaron. Veía a los niños en el suelo llorando. Sentía que me había muerto”, recuerda.

Después de eso, Tamara preguntó por su marido y ellos le dijeron que les siguiera. Lo encontró tan golpeado que apenas pudo reconocerlo. Cuando iba caminando hacia él, recibió un golpe en la cabeza y perdió el conocimiento. Lo que vio cuando despertó es algo que nunca podrá superar: allí estaba el cuerpo de su marido completamente calcinado.

“Entonces, agarré a los tres niños y me fui… Me fui a la Plaza Hugo Chávez. Me quedé allí cuatro meses viviendo en la miseria. Vendía agua, mendigaba dinero. Trabajé con vendedores de comida cerca del aeropuerto. Hacía cosas para sobrevivir”, recuerda.

El 25 de septiembre de 2022, Tamara fue violada otra vez. Ese día, sus hijos, que ahora tienen 9, 6 y un año, no habían comido y estaban llorando. “Tenían hambre. La bebé estaba enferma por la lluvia, así que le preparé una cama y les dije a los mayores que la cuidaran. Debían de ser las 6:00 o las 7:00 de la tarde. Salí y hablé con un hombre que me preguntó si estaba en problemas y si podía ayudarme”, cuenta.

Tamara le explicó su situación y el hombre se ofreció a comprarle comida y darle algo de dinero. Ella lo siguió hasta que otros cuatro hombres los detuvieron y, entonces, él salió huyendo. Más tarde Tamara comprendió que en realidad todo era un engaño. Cuando sus captores la llevaron a una zona de maleza, el hombre que le había ofrecido ayuda les estaba esperando.

“Estaba sentado y me preguntó si acaso era mi padre para darme de comer. Me reprochó que ni siquiera me conocía. Empezó a insultarme”, explica Tamara. “Me pidieron que me desnudara y uno de ellos me dijo que me pondría un cuchillo en el cuello. No podía luchar contra cinco hombres y tampoco había nadie más que pudiera ayudarme.”

Tres de ellos la violaron brutalmente. “Después de todo, me dije a mí misma que tenía que morir”, explica Tamara a The New Humanitarian. “Oí voces [en mi cabeza] cuando buscaba un lugar para morir. Algunas voces me decían que me matara. Otras me decían que la vida no había terminado. Al final me vestí y me fui”.

Tres meses después, descubrió que estaba embarazada y decidió, a pesar de sus creencias, interrumpir el embarazo. “Pensé que no podía estar embarazada… Estoy en un país donde no voy a encontrar ningún apoyo. Ya tengo tres hijos sin padre, así que tuve que hacer un sacrificio. Bebí un líquido que me provocó el aborto. Estuve a punto de morirme, y ahora todo es un problema. Tuve que hacer cosas con las que nunca antes había estado de acuerdo”.

Tamara sigue lidiando con las consecuencias médicas de su aborto autogestionado. Nègès Mawon la ha ayudado proporcionándole medicación. Sin embargo, las mujeres que han sufrido violencia sexual en Haití no reciben protección. Tampoco sus hijos.

La mujer recuerda cómo una noche de noviembre de 2022, el alcalde de Tabarre, un municipio que tiene jurisdicción sobre la Plaza Hugo Chávez, decidió desalojar a las personas que vivían allí y cerrar la plaza. La brigada de protección civil y los agentes de policía no les dieron mucho tiempo para llevarse sus pertenencias. Tamara perdió lo poco que tenía.

Tamara dice que el Estado no la ayudó después de lo ocurrido. “Algunas personas recibieron 5.000 gurdes (35,5 dólares), mientras que yo recibí un cupón para alimentos, pero no dinero. ¿Por qué?” El pasado mes de febrero, sufrió otro duro golpe cuando violaron a su hija de nueve años mientras iba a comprar agua en Cité Soleil. Dos miembros de una pandilla la sujetaron con fuerza, mientras que un tercero la violaba.

“Desde que la violaron, ya no es la misma. Está como ausente. A veces, se sienta sola. Cuando la llamo, solo reacciona si estoy cerca de ella”, explica Tamara. “En la clínica, ha recibido atención psicólogica, pero sigo necesitando apoyo psicológico [para ella] y apoyo para su escolarización”.

Todavía no ha presentado una denuncia ante la policía por ninguna de las violaciones. Dice que no quiere “enfrentarse a los delincuentes”, que ha podido arreglárselas sola, aunque a veces sea difícil, sobre todo desde que ha vuelto a vivir en Cité Soleil.

“Estoy pasando un mal momento. No puedo comer. No puedo mandar a mis hijos a la escuela y ni siquiera puedo cruzar la entrada a mi barrio”, explica. Cada vez que tiene que acercarse a dèyè mi, o atravesar esa zona para salir de Cité Soleil, siente terror. La última vez que intentó pasar por dèyè mi, algo que hizo a pesar del miedo, volvieron a abusar sexualmente de ella.

Unos pandilleros la pararon a las 11:00 de la mañana y le obligaron a quitarse la ropa. “Pensé que iban a violarme”, explica. Sin embargo, no lo hicieron. En lugar de eso, le dijeron que se tumbara boca abajo sobre la calzada, con las piernas abiertas, durante horas. El sol pegaba fuerte.

“Me obligaron a acostarme con la vagina directamente sobre el suelo, que estaba muy caliente”, explica Tamara. “Nos dijeron que ya nos habían violado demasiadas veces, y que como tenemos SIDA habían decidido que no iban a volver a hacerlo.”

Tamara no se contagió de SIDA, pero para los pandilleros, sacar el tema de las enfermedades de transmisión sexual es otra forma de agredir a las mujeres para denigrarlas. “Hacia las dos de la tarde, nos dijeron que podíamos marcharnos, y que fuéramos a contagiar a otros ladrones”, recuerda Tamara. “Desde entonces, no me encuentro bien. Ya no aguanto más”.

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