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“Ya nos llegó la cita. Nos vamos para la frontera”: la odisea de las cubanas atrapadas en Tapachula

A pocas horas de haber llegado al aeropuerto internacional de Managua, Nicaragua, Mai buscó con prisa unas fotos de patines en Google. Sabía que, a más de 1.300 km de distancia en línea recta, en una casa de la provincia cubana de Ciego de Ávila, su hija estaba esperándolas ansiosa. Te voy a regalar unos patines, le había prometido apenas una semana antes, pero para comprarlos me tengo que ir a trabajar lejos. Muy lejos.

Esta mañana Mai —que prefiere no dar su apellido por seguridad— saca su celular y enseña la foto de una niña de cinco años. Tiene una gran sonrisa que le achina los ojos y chapotea con otros niños en una alberca. Al verla —al ver a su hija— también a Mai se le pinta una gran sonrisa.

—Fue un golpe duro.

Los destellos de la nostalgia en la mirada. La obstinación que los apaga.

Es principios de julio en un modesto restaurante de Tapachula, una ciudad que se ha convertido en trampa o trampolín para miles de migrantes de todo el mundo. Mai llegó aquí desde Managua hace mes y medio con su prima Lizzy. En Cuba, explica, su sueldo de abogada, 4.895 pesos cubanos (204 dólares), no le alcanzaba para alimentar, calzar, y vestir dignamente a su hija. Tampoco le permitía vivir bien.

Gracias a otros cubanos, en Tapachula encontraron rápidamente un lugar donde rentar y un empleo. Trabajan como ficheras en una de los cientos de bares que saturan esta urbe fronteriza. Pero ahora eso —que fue de mucho animarse la una a la otra y de mucho repetir: “Muchacha, ponte dura”— parece a punto de terminar.

—Ya como que nos vamos—dice Mai radiante.

—Ya nos llegó la cita—dice Lizzy.

—Ya nos vamos para la frontera—le habla encima su prima.

Camila, una migrante cubana, trabaja como recepcionista en un hotel en el centro de Tapachula. Mahe ELIPE

No contienen la emoción. Y es que ambas lograron obtener la cita de CBP One para solicitar asilo en Estados Unidos. Para usar la app de CBP One en México, los migrantes deben estar físicamente en el centro o norte del país. Pero la tecnología puede sortear esas limitaciones y en Tapachula son cada vez más las personas que saben cambiar la geolocalización de un celular.

Esta ciudad atrapa, pero hay quienes se alejan de ella incluso antes de partir.

Cuidados transfronterizos

Un éxodo migratorio sin precedentes, que tiene como trasfondo una aguda crisis económica, política y social, está despoblando Cuba. En tan solo un año, de junio de 2022 a junio de 2023, casi 250.000 cubanos han migrado a Estados Unidos, según datos del Departamento de Aduanas estadounidense.

Como Mai y Lizzy, son miles las mujeres que deciden marcharse de la isla, confirmando un patrón de feminización de la migración cubana iniciado a mediados de los años noventa. En México, según cifras de la Unidad de Política Migratoria (UPMRIP), las migrantes de Cuba han pasado de ser, en 2018, el 19% de la población total migrante de ese país, a constituir el 40% en 2022.

“Las mujeres cubanas tienen un rol protagónico en la provisión de los cuidados”, señala Elaine Acosta, investigadora asociada de la Universidad Internacional de Florida. Con la migración, la mayoría de ellas se vuelven cuidadoras transnacionales y envían remesas y otros insumos a los que se quedan: ancianos y niños, sobre todo. Como señala Acosta, el paulatino deterioro del bienestar social que debería garantizar el Estado ha vuelto la gestión de la vida cotidiana “cada vez más compleja, difícil y costosa, con un enorme impacto en la salud física y mental de las mujeres”.

Sentada en una mesita plástica de un botanero de Tapachula, Ariadna me muestra sus uñas roídas, herencia del colapso nervioso que tuvo cuando aún estaba en Cuba. Trigueña de pelito corto, tiene ojos negrísimos, duros como clavos. También tiene dos hijos que no lograba alimentar. “En Cuba un pomo de aceite te cuesta 1.500 pesos [62 dólares], la libra de arroz está en 250 pesos [10 dólares], ¿entiende?”.

Ni siquiera completar su salario como clasificadora de camarones en una industria pesquera —2.500 pesos cubanos (104 dólares)— con las ganancias del trabajo sexual era suficiente para mantener a sus niños. Así que se lanzó al mar en una balsa con seis migrantes más. Navegaron 19 días, fueron detenidos en las Islas Caimán, se fugaron, agarraron otra lancha, navegaron más, y llegaron hasta Honduras.

“Aunque yo tenga que dar mi vida por mi familia, la voy a dar, fue a lo que yo vine, ¡ve! —dice Ariadna antes de ir a atender a un cliente—. Menos de que sea matar personas, yo lo que sea voy a trabajar”.

Melanie le pinta el cabello a su compañera de casa. Ambas trabajan en bares en Tapachula.
Melanie le pinta el cabello a su compañera de casa. Ambas trabajan en bares en Tapachula.Mahe ELIPE

La travesía

Desde que el Gobierno de Nicaragua ha dejado de requerir el visado para los cubanos, en noviembre de 2021, más personas han empacado para irse. La travesía, como se le conoce en Cuba al viaje migratorio terrestre, se ha entonces asentado sobre una nueva ruta que sale de Nicaragua y llega a México, ingresando por su principal puerta sureña: Tapachula. Este cambio se ha hecho evidente en 2022, cuando 41.475 personas cubanas han sido interceptadas en México, según datos de la Unidad de Política Migratoria de la Secretaría de Gobernación (SEGOB); una proporción casi seis veces superior a la registrada en 2021.

La travesía hace parada obligatoria en Tapachula. Aquí los migrantes cubanos rentan cuartos a sobreprecio, trabajan precariamente y se desgastan —semanas, meses— en la espera de los documentos necesarios para viajar. Su objetivo, casi siempre, es llegar al Yuma —los anhelados Estados Unidos.

Todos los días intentan conseguir una cita en la app de CBP One, o se forman horas para presentar su trámite ante la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar). Desde hace tres años, de acuerdo con la misma Comar, Cuba se ha mantenido en el top 3 de nacionalidades solicitantes de asilo.

Como detalla Loraine Morales Pino, doctora en Estudios de Migración por El Colegio de la Frontera Norte, los perfiles de quienes recorren este camino son diferentes a los de los llamados balseros, aquellos que se organizan para construir embarcaciones rudimentarias y migrar por mar. La ruta centroamericana no es una opción para todos los cubanos: hay que pagar pasaporte, trámites de salida y el pasaje de avión, que últimamente ronda los 800 dólares.

A pesar de que en 2023 se ha registrado una disminución de la migración cubana, de acuerdo con la especialista todavía existe un potencial migratorio muy fuerte dentro de la isla. “Recientemente hubo una súper-demanda de legalizaciones de certificaciones de nacimiento —observa Morales Pino—: los migrantes migran con todos sus papeles para poder garantizar de revalidar sus títulos, reclamar a sus padres, a sus hijos”. Otro síntoma de que el frenesí migratorio no se ha aplacado —y que a finales de 2021 estalló, avizorando el éxodo— es la cantidad aún considerable de anuncios de viviendas en venta. Para muchos, este el único capital con que costear su travesía.

El lugar de los sueños

Precavida, Valeria Valdivia Jaime lo vendió todo, todo menos su casa. “No sabía lo que me iba a enfrentar”, dice mientras se toma una pausa de preparar almuerzos en un local del laberíntico mercado San Juan, el más grande de Tapachula. Cuando le pregunto si gana lo suficiente para cubrir sus gastos de alimentación y renta, sofoca una risita. En la ciudad abundan las cartulinas de “sólo empleadas mexicanas”, y esto fue lo único que encontró. “Hay que trabajar. ¿Dejamos tantas cosas para venir aquí a estar acostados? No”.

Valeria Valdivia Jaime, una migrante cubana trans, atiende en su local en el mercado San Juan, en Tapachula.
Valeria Valdivia Jaime, una migrante cubana trans, atiende en su local en el mercado San Juan, en Tapachula.Mahe ELIPE

En Cuba Valeria se graduó en pedagogía con el máximo de las notas: ser maestra era su mayor deseo. Pero este se disolvió como la sal en el agua cuando fue expulsada de su trabajo por ser una mujer trans. “Yo me senté un día a pensar que no es fácil que tú, después de que te hagas tu sueño de ser maestra, no lo puedas cumplir nada más por tu identidad de género”, dice la joven habanera, que decidió entonces irse en busca de un lugar donde sentirse bien.

Por ahora este lugar lo ha encontrado en México, y hace un mueca cuando se le pregunta si no tiene plan de irse rumbo al norte: “todo el mundo dice que el cubano…no sé, todos somos diferentes. Muchas amistades mías están acá en Tapachula y quieren quedarse”.

En cambio, Mai y Lizzy su sueño lo veían en Estados Unidos y en los últimos días sus redes sociales se han llenado de publicaciones decoradas con emojis de corazones y banderitas estadounidenses y cubanas. Lo han logrado y no reparan en celebrar el fruto de sus días de lucha.

No todas corren con la misma suerte. Aunque en las redes sociales las publicaciones son sobre todo de éxito, también hay anuncios de familiares desesperados por no tener noticias de sus seres queridos. Desde 2021, el proyecto Migrar: una decisión de vida y muerte recopila datos sobre quienes son las y los migrantes desaparecidos y fallecidos en travesías migratorias.

“Cuando empezamos a ponerle rostro, empezamos a vernos como pueblo”, explica Loraine Pino Morales, que es gestora de Comunidades e Información de ese proyecto. “Empiezas a ver que son gente muy joven, con ilusiones hacia el futuro. Empiezas a ver niños. Entonces eso te da la medida de que el drama es superior a lo que todos podemos imaginar”.

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